Sabíamos los que ya vivíamos en ese entonces que se acercaba la época de los anuncios de Colgate Palmolive (“fabricante de Fab, le desea cordialmente una feliz Navidad, una feliz Navidad, tantán”), del pavo que regalaban las relojerías Cantú en Xalapa, de las ramas y los viejos, pero sobre todo del disfrute del aguinaldo, con sus compras de ropa abrigada para el frío y algunos juguetes que hacían la delicia de los chiquitillos.
Y la cena de Navidad, y la borrachera inevitable de fin de año en que caían los señores grandes… y los muchachos entrones.
Misanteco de corazón, pero inmerso en una gran familia peroteña venida a enorme en Xalapa, compartía la fiesta con 10 tíos carnales y algunos políticos (tíos políticos, nunca políticos tíos), y una cincuentena de primos hermanos que casi todos viven y sobreviven (perdimos y extrañamos al querido René Villegas, al entrañable Jaime Villegas y al sacrosanto Gonzalo González Barradas, orgullo de la Federal de Caminos, pero persisten en nuestro recuerdo). La época navideña era el reencuentro con los comerciales de buena fe, que casi te suplicaban que compraras su producto, con las tiendas abiertas de par en par pero honestas aún, que no te ofrecían gangas aparentes ni facilidades engañosas.
Cierto, no faltaban los codiciosos que iban con trampa tras los aguinaldos -la naturaleza humana es de siempre ambicionar más y sin medida-, pero ésos eran los menos, los pocos, que de inmediato eran señalados por la fama pública: No compres en esa tienda, que venden productos malos o caros o robados o sospechosos.
Los faroles, las farolas y los adornos navideños traían un poco de calor y luz entre la cerrazón de una niebla húmeda y despiadada, que sin embargo no alcanzaba a quitarle la nostalgia (“saudade”, dicen los brasileños, con un enorme sustantivo que quiere decir añoranza, tristeza y cierta felicidad al mismo tiempo) a esa época llena de buenos deseos, de agradecimiento por un año más de vida, de paz y armonía entre todos los hombres, como quería Jesús.
Pronto llegarán los aguinaldos y la Profeco insistirá con su módico mensaje para todos los mexicanos de a pie -la inmensa mayoría-, de que hay que tener cuidado al gastarlos, no derrochar y mejor invertir en cosas necesarias… y llegarán también las compras suntuarias, los lujos innecesarios, las embarcadas con tarjetas que muchos ejercen con la ilusión de que son ricos por un momento, en desquite de tanta pobreza que hay que aguantar todo el año (“Compre hoy y gástese su aguinaldo en otras cosas igual de suntuarias e innecesarias, y pague hasta enero, cuando ya no tenga un centavo”).
Llega diciembre… “y si una gracia el cielo a mí me puede dar, le pediré como regalo un día de Reyes, besar tus labios y estrecharte junto a mí”.
Ay, Javier Solís…
[NOTA: este texto ya fue publicado casi igual antes, y lo reproduzco con autorización del autor, que soy yo mismo. Antes de reproducirlo, tuve la precaución de pedirme permiso, y me lo di con gusto. Así que queda zanjada la sospecha de (auto)plagio].
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