Ya convertida en Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación, el reportero Ignacio Oropeza López se convirtió a su vez en todo un catedrático que desparramó dones y conocimiento entre las innumerables generaciones a las que les tocó la gracia de recibir su enseñanza.
La noticia en Facebook decía que el buen Nacho perdió la batalla debido a una complicación pulmonar que ya no pudo soportar su organismo abatido por la enfermedad. De inmediato las redes se llenaron de condolencias ese domingo infausto, ante el sorpresivo fallecimiento. Y es que Ignacio Oropeza cultivó la amistad de los colegas y el respeto de sus alumnos; el respeto y el reconocimiento: el afecto y el cariño.
Hay que consignar otra faceta de su desarrollo como profesional porque fue un cumplido jefe de prensa en varias dependencias, en una carrera en el servicio público que tuvo su culminación en Comunicación Social del Gobierno del Estado, cuando fue nombrado titular en las postrimerías del Gobierno de Dante Delgado Rannauro, en un movimiento que resultó sorpresivo porque todos pensaban que el entonces Gobernador nombraría a su amigo Manuel Rossete Chávez, lo que no sucedió por el importante trabajo periodístico que estaba desarrollando el periodista xalapeño al otro lado del escritorio.
Con la ausencia de Nacho Oropeza se va una parte de esa época legendaria del periodismo veracruzano, cuando los periodistas eran tan pocos que no les quedaba más remedio que ser excelentes en su trabajo, porque la gente los leía y los identificaba.
Eran pocos los periodistas y pocos los medios. Uno, dos o tres por región a lo sumo. No la legión en que se convirtió el oficio a partir de los excesos de la docena trágica (sí, la de Fidel y Duarte gobernadores), cuando le hicieron lugar a aprendices y charlatanes para que estorbaran a los verdaderos periodistas.
La muerte de Ignacio Oropeza López me trajo el recuerdo de sus charlas enteradas, de sus opiniones inteligentes, de la calidad de la información que manejaba a trasmano y que nos regalaba con la liberalidad de su altruismo profesional.
Tuve la suerte de coincidir en el trabajo con Nacho durante la época gloriosa de El Sol Veracruzano, allá en los años 80 del siglo pasado, y aprendí de él, con su ejemplo cotidiano, que el ejercicio del periodismo es al mismo tiempo una luz que alumbra y una gota que va llenando un vaso.
Lo vamos a extrañar, ya lo extrañamos, y sobre todo sus ideas certeras, su pensamiento claro, su amor por el oficio de comunicar.
Descansa en paz, Nacho.
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