Fernando del Paso
Hay en el ambiente nacional un claro desaliento, producto del reconocimiento general de nuestras crisis de alternativas reales para mejorar. La desconfianza social observa los pedestales construidos por la arbitrariedad, la impunidad, la corrupción, erguidos como elementos dominantes que resguardan los intereses de unos cuantos, los poderosos que manejan los ejercicios públicos y sociales.
Aunque somos mayoría, requerimos de mucho esfuerzo y tesón para acercar la solución de nuestros grandes problemas. Complicados escenarios junto con enormes desilusiones parecieran ganar más terreno en el derrumbado sentir social, flagelado al incrementarse la cantidad de noticias negras que por todas partes se hacen presentes.
Nuestra democracia palidece ante los pésimos resultados obtenidos, resquebrajando la fortaleza aspiracional de amplios sectores sociales que abrieron paso a la transición y la alternancia, las que solo favorecieron a algunos grupos. Son muchos años, desde los 90’s, cuando la energía manifiesta abría esperanzas que terminaron en desencantos.
Todas las instituciones puestas en entredicho, derrumbadas también, más aún las instituciones políticas. Los tiempos de los cínicos ganan la partida, arrinconan las ilusiones, arropan los gritos y en el caos privilegian la continuidad de los intereses que cierran el paso al desarrollo de los muchos, que sacrifican nuestras oportunidades y minimizan las posibilidades de enfrentar, para bien de todos, los problemas de violencia, inseguridad, pobreza y desigualdad, del subdesarrollo.
Reconstruir los espacios sociales y públicos de nuestro país, es un reto que exige la revisión de los mecanismos que construidos y vigentes no funcionan, pues no incorporan la participación ciudadana real, sino que por el contrario la inhiben, con el afán de evitar la operación efectiva de contrapesos sociales, ciudadanos.
El derrumbe de los ánimos sociales que en aquel momento dieron pauta a la alternancia ha ido incrementándose. El entramado político y social se encuentra en punto de quiebre con la incapacidad de los gobiernos y el Estado mexicano para desempeñar las acciones básicas de un sistema democrático, haciendo añicos la legitimidad basada en una alternancia producto de las urnas.
Para amplias mayorías, la democracia no ha logrado otorgar las prestaciones que las promesas afirmaban, por ello es vista con desprecio como sistema, al igual que las instituciones e individuos que no operan bajo los supuestos que los postulados humanísticos plantean y exigen respecto de la convivencia democrática.
Los olores de nuestro país son malos, rancios, son de sangre y corrupción; el deterioro es palpable pero más peligroso que eso es la percepción de que no podremos cambiar, que nuestro país camina a peor. La tristeza y el dolor azotan y calan profundo, acumulan temor, enojo, desazones que fabrican también la ley de la selva, obligando el abandono de lo colectivo.
La capacidad de diálogo se reduce acallada por los gritos de descalificación e intolerancia, estás conmigo o contra mí, donde la patria solo tiene un escenario, blanco o negro. Un ambiente de intransigencia donde se acomodan la denostación y el fanatismo como vías de salvación, abandonando nuestra riqueza histórica de pueblo laico, liberal, tolerante.
Rescatemos nuestra mejor versión social para recomponernos, porque hay recurso humano y natural, inteligencia y emociones comprometidas con la solidaridad y los buenos ejercicios públicos y privados, para que la oscuridad de nuestros tiempos no derrumbe nuestro futuro. Sin duda no son ni serán fáciles los días por venir pero es menester darles cara y avanzar.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Unos ”Independientes” igual de cochinos, ¿Entonces?
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