Un mes patrio que sumó a nuestras desventuras políticas, sociales y económicas, una serie de fenómenos naturales que golpearon zonas muy importantes del país resaltando nuestra fragilidad en seguridad constructiva, la improvisación derivada de la pobreza y la estulticia de la ambición.
Los huracanes y los sismos han puesto nuevamente a prueba la capacidad de respuesta de los gobiernos, los reflejos de la clase política frente a los desastres, la oportunidad de las empresas y los órganos de la sociedad civil para organizar la respuesta y enfrentar las desgracias.
Por sobre todo se ha dejado constancia del coraje y el ímpetu colectivo que ha provenido de la improvisación ciudadana organizada para ayudar y dar soluciones, movida únicamente por una solidaridad que se ha vuelto proverbial para el imaginario mundial. Un conjunto de seres humanos desconocidos, movido por el interés general, que no sin conflictos logra sobreponerse a sus diferencias y avanzar en el mismo sentido: ayudar.
Septiembre nos ha marcado de nuevo de manera brutal, los daños de los sismos han sido muy altos, desde el 7 hasta hoy los temblores han dejado sin vida a cientos y en la mayor precariedad a miles. El dolor es fuerte de muchas maneras. Más de 50 millones de mexicanos hemos sentido el más potente temblor en 100 años. La naturaleza nos repitió la dosis de tragedia el mismo día que hace 32 años, otro 19 de septiembre para recordarnos nuestra fragilidad, como si el otro ya lo hubiéramos olvidado. Pero también nos devolvió el orgullo de la solidaridad que parecía perdida, profundamente oculta por el desinterés, por la apatía. Se muestra, se despliega para absorbernos, para sorprender y comprometernos.
La reconstrucción implica una prueba más para los gobiernos y para una sociedad que puede y debe reconstruir no solo los cimientos derrumbados de sus casas y edificios, sino particularmente recomponer y retirar los escombros de las formas obsoletas del quehacer público, desechos de una nación en desastre.
De que podemos ser capaces los mexicanos, que posibilidades tenemos de organizarnos han sido plenamente demostradas. ¿Nuestros políticos estarán a la altura de sus ciudadanos? Hagamos efectivo nuestro poder ciudadano para que mejoren nuestras circunstancias generales.
El ímpetu de amplios sectores sociales para apoyar generosamente a los que padecieron de peor manera los eventos naturales es replicable como un ejercicio que se reivindique en consecuencias sociales de transformación real ante los eventos trágicos de una sociedad, porque la reconstrucción que urge también es la de una nueva cultura política de los ciudadanos que abra una nueva oportunidad a nuestro país.
Que se derrumben los vicios institucionales que han permitido la corrupción y la impunidad, que se reconstruyan sobre cimientos sólidos y alternativos para una sociedad que no puede continuar pagando los platos que no ha roto.
Entender la reconstrucción que se merece nuestra nación pasa no solo por atender la emergencia de los hoy damnificados sino también por plantearse la reparación que los sismos de comportamientos ofensivos y reglas ventajosas para unos han dejado y que han afectado a millones.
La puja social por los cambios se ha hecho manifiesta en muchas ocasiones, los hartazgos ante las condiciones prevalecientes y las vivencias cotidianas tienen que ser atendidas, el septiembre del 85 dejó una estela de fortalezas sociales que se irradiaron como aires frescos para el país, esperemos que las respuestas sociales a las tragedias de este 2017 también nos den la oportunidad de airear y cambiar, de desmontar los engranajes de un sistema al que los sismos también, sin duda, han fracturado.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA.
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