Es 2018 el año de las elecciones y el primero de julio el día en que se define la confronta de las aspiraciones partidarias. Los próximos meses serán aderezados por un debate que se prevé escaso, con ausencia de razonamientos, de propósitos claros, de presentación puntual de propuestas, de ideas acabadas; ni siquiera se espera una visión moderada o respetuosa como debería ser común en un democracia.
Estaremos inundados de mensajes, de imágenes, se dice que a la altura de la procacidad que se derive de la guerra sucia con base en la descalificación personal y la animadversión, más que en la disputa política, en la pelea electoral.
Presenciaremos el ring nacional electoral, el oscuro y sinuoso camino para llegar al poder en este país. Nada para sorprenderse siendo mexicanos pues sometidos por tantas décadas a este juego perverso, podemos asumirnos acostumbrados a las bajezas humanas, a las porquerías políticas, a los arreglos facciosos, sin embargo, el juego y los jugadores han polarizado como nunca nuestra cotidianeidad, más allá de que millones ven de lejos los procesos y se acomodan al grito de todos son iguales y abandonando su condición de electores.
La democracia mexicana con todas sus fragilidades sujetas del asedio producto de su falta de resultados, de las clases políticas que usufructúan para si sus territorios, del abandono y destrucción de lo social y público que se ha producido por ejercicios de gobiernos que ruinmente han socavado la confianza, que han desesperanzado a una sociedad lastimada, temerosa, harta y partícipe, en más de una ocasión, al mismo tiempo, de lo que tanto detesta.
Quien quiera que gane asumirá un país desangrado, lleno de temores y desalientos, con mayorías enojadas, pauperizadas, con amplios sectores indiferentes a las aspiraciones de muchos, por cambiar los comportamientos que nos han llevado a una esquizofrenia social palpable desde conocer a sus actores políticos y administrativos, esos que en las cúpulas se recrean en las ganancias obtenidas, en las regalías que se consiguen en la arbitrariedad y la impunidad, de la debilidad de nuestra vida legal e institucional, de nuestra reducida participación social y nuestras bajas cualidades ciudadanas.
Los cambios que nadie duda deben darse para buscar salvar nuestras condiciones de tragedia requieren, sin titubeos, de mucho más que quienes se presentan como candidatos, es una verdad de Perogrullo insistir en que nuestra vida pública no podrá mejorar si no se logra que los gobernantes estén claros que existe, que hay una sociedad con ciudadanos que se organizan y reclaman derechos y asumen obligaciones.
Por encima de quienes nos gobiernen, perviven retos generales como derrotar a nuestros propios monstruos sociales e individuales, esos que se hacen presentes en grupos e individuos que denostan pero no proponen, que señalan a los ladrones pero roban al primer descuido, de los que destruyen y socaban tanto como los que en otros critican. Frente a los gritos se deben de oponer las responsabilidades compartidas de lo que acontece pero más aun de los acuerdos para solucionar lo que sucede.
Tenemos problemas muy fuertes por resolver, sin la concurrencia activa de amplios sectores sociales convertidos realmente en ciudadanos, que no rehúyen sus compromisos, se podrán generar las condiciones para enfrentar y obligar a los gobiernos a realizar sus funciones con transparencia y apegados a la ley, con rendición de cuentas, previniendo y combatiendo a la corrupción, con proyectos claros, sustentables, que superen los intereses facciosos que tanto daño nos han hecho y que recojan efectivamente la oportunidad de desarrollar a nuestro país.
Las campañas arrancan y aún volteando la cara, todos seremos corresponsables de lo que nos toque vivir después del 1 de julio, esperemos para bien de todos estar a la altura.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
125 millones de daño patrimonial en 19 ayuntamientos 2016 es poco o mucho, usted dirá.
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