Está claro que la actual estrategia de combate al crimen organizado a través de las fuerzas armadas no ha resuelto nada, sino que por el contrario, provocó un mar de sangre en todo el país por el cual nadie se hace responsable, ni personal ni políticamente. Mucho menos, penalmente.
Pero en contraparte, proclamar amnistías poco claras en cuanto a sus beneficiarios y mecanismos o llamar al Papa para pedirle “consejos” sobre cómo devolver la paz al país, usando la fe de la población como instrumento propagandístico, es pura y dura demagogia. Ya por no hablar de la estupidez medieval de “mochar” las manos de los ladrones. Pero lo peor de todo es que ése fue el nivel en el que manejaron el tema los candidatos presidenciales durante el debate, que quedó reducido a una especie de “talk show” de mercadotecnia política.
La violación sistemática de los derechos humanos en México tiene como premisa fundamental la impunidad con la que los criminales corrompen el tejido social y agreden a los habitantes del país, mientras desde las instituciones se permite y hasta se alientan los abusos y la corrupción.
El salvaje asesinato de tres estudiantes de cinematografía en Jalisco –cuyos cuerpos habrían sido desechos en ácido por la delincuencia organizada, de acuerdo con la versión oficial- volvió a colocar en la mesa del debate el poco valor que tiene el respeto a la integridad y la vida humana en nuestro país, así como la incapacidad del Estado para proteger a la población. Aunque no se trate de una novedad.
Cientos, si no es que miles de casos como el de estos jóvenes se replican desde hace años en la mayoría de los estados de la República. En Veracruz, a grados verdaderamente delirantes por el nivel de crueldad y por la colusión entre autoridades y criminales en la ejecución de estas atrocidades.
Por ello es increíble que la mayoría del tiempo que duró el intercambio entre los candidatos presidenciales el pasado domingo se haya desperdiciado en balandronadas, acusaciones y evasivas, en lugar de que se presentasen propuestas sobre lo que en realidad necesita México, que incluyeran además el cómo pretenden concretarlas.
Porque con las promesas no basta. Con los juramentos de honestidad tampoco. Menos aún, con buenas intenciones o con encomendarse al dios de su preferencia o conveniencia.
Sin embargo, la clase política de este país tiene otras prioridades. Y claramente no son las de los ciudadanos.
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