Los resultados de estas elecciones suponen cambios profundos en la composición de escenarios y nuevos actores que deberán responder a las complejas circunstancias en las que vivimos y que sin duda originaron los resultados electorales. Una mayoritaria apuesta social por trasformaciones urgentes.
Múltiples problemas nos agobian en el país: violencia e inseguridad, desempleo y la pobreza, bajos ingresos y concentración de la riqueza, arbitrariedad, impunidad y falta de un estado de derecho, abandono del campo y persistente deterioro ambiental, servicios educativos y de salud de baja calidad, desconfianza en las instituciones y un compromiso ciudadano débil, que sigue pensando en el voto como único y fundamental gesto del buen ciudadano.
No obstante esta larga lista, hay un problema que toca toda la vida pública, un efecto negativo de transversalidad que incluso se llega a considerar el origen de una buena parte de nuestros problemas. Se trata de la corrupción como articulador de los arriba mencionados y de muchos más que hacen más compleja y difícil nuestra situación.
Ese es y ha sido el tema sobre el que se bordó el argumento central del ahora presidente electo Andrés Manuel López Obrador, para generar una esperanza frente a la descomposición existente. La corrupción como el piso sobre el que se sostienen el resto de nuestras contradicciones y problemáticas; la corrupción sin freno, que cancela oportunidades de crecimiento económico e imposibilita el desarrollo.
La corrupción es “nuestro” problema por antonomasia. Los niveles de “normalidad” en los que se mueve, truncan los quehaceres públicos, destrozan instituciones y enferman a la sociedad. Nuestro entramado institucional y social está carcomido por las relaciones derivadas de contraprestaciones sobre el manejo de recursos públicos y que suponen actos discrecionales que amparan ilegalidades.
La corrupción es mucho más que un problema de moral, es en sí misma un problema que erosiona los pisos de la convivencia y desarrollo, que implica distorsiones profundas y debe ser enfrentada rebasando las ideas de buenos y malos, de detenidos y encarcelados.
Urge ampliar esta perspectiva persecutoria para fortalecer las acciones preventivas. Generar la información y los mecanismos para prevenir los actos de corrupción, construyendo mapas de riesgos que identifiquen las áreas de opacidad donde se toman discrecionalmente decisiones, involucrando y rescatando una efectiva participación ciudadana que no solo vigile, evalúe y denuncie actos de corrupción, sino que se involucre en la construcción misma de las políticas públicas de prevención y combate a la corrupción.
La corrupción es el flagelo que debe ser enfrentado por los gobiernos y la sociedad impulsando la construcción de conductas sociales que permitan romper la normalidad de la corrupción, acudiendo a las leyes existentes que pueden tener mejoras y dando el respaldo a los esquemas institucionales que se han logrado acordar como el del Sistema Nacional Anticorrupción y los sistemas estatales.
Requerimos de voluntad política y de cero impunidad. Que los tomadores de decisiones se comprometan en eso de "cumplir y hacer cumplir la ley" que protestan en la toma de sus encargos.
Concretar los discursos que alrededor del combate a la corrupción se realizan, pasa por asumir que todo debe cambiar, aprovechando la vitalidad de sectores sociales y académicos que tendrán que aportar su responsabilidad. No es fácil, las líneas y conductos en los cuales se mueven las formas de apropiación ilegal de los recursos públicos han dado muestra de fuerza, de astucia e innegable capacidad para boicotear iniciativas que pongan en riesgo sus pingues ganancias.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Nuevos tiempos en la República. Que sean para bien.
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