Solo bastaron unas horas para proclamar de manera por demás tosca el día de su toma de posesión que “¡Se acabaron los chayotes!”, una manera coloquial de hacer tabla rasa de la prensa veracruzana, en donde por cierto no todos somos iguales, señor gobernador.
Anteayer, sin más, y fuera de un guión mal leído en donde acusa al Fiscal General de pactar con Javier Duarte y los Duartistas, arroja un pedazo de excremento a la cara del magistrado presidente del Tribunal Superior de Justicia, Edel Alvarez Peña, al ponerlo –sin mediar pruebas, solo su dicho- bajo sospecha.
Desdeña públicamente un convivio con los magistrados de todo el estado de Veracruz olvidando que el Judicial es otro poder. Generaliza abriendo un surco en la institucionalidad desatando al mismo tiempo una escalada de ataques personales contra quien se presume fue culpable de muchas cosas, sin precisar cuáles.
Bastó ese desdén –olvidando que es el gobernador- para que hiciera aparición triunfal un entuerto llamado “Operación del Cartel de la Toga”, quesque para hacer juicio político a Edel Alvarez Peña.
Bien le va a este “Cartel” la oportunidad que abre Cuitláhuac García ahora que todo es juicio político.
Buscan –dicen las versiones periodistas otrora rabiosos opositores a Cuitláhuac y ya mismo aplaudidoras de todo lo que hace- destituirlo del cargo y llevarlo a Pacho Viejo porque, según “fuentes extraoficiales”, le tienen guardado un expediente de rapacerías sinfín.
Ya el propio nombre de “Cartel” invita a pensar en una organización delincuencial, en una secta criminal a modo de las venganzas que pretende consumar el actual gobierno.
Todo por una ausencia de prudencia.
Todo por una falta de tacto. Todo por no saber que es la institucionalidad y el respeto a la división de poderes de parte de quien encabeza a uno de ellos. Todo por no tener consejeros que le documenten y le muestren textos supremos que son inviolables.
Y si bien en el pasado y en el mismo viejo PRI, la división de poderes era un mito, en la praxis se guardaba la forma, la sana distancia y jamás se hacía pública la inconformidad o la presunción, todo era por la vía del diálogo, la negociación, el convencimiento o el peso de la ley ante la intransigencia opositora.
Pero no así.
La cirugía con machete no es lo recomendable en una sociedad crispada, engañada y a un tris del estallido… y eso bien lo sabe Morena y Andrés Manuel López Obrador.
Hoy se viven en Veracruz y en todo México tiempos diferentes, sin embargo, la propia federación que encabeza López Obrador ha dado muestras de respeto a la división de poderes, ha dejado a un lado sus venganzas personales, se ha plegado a la amnistía y al perdón y olvido.
En Veracruz, sin embargo, pareciera se transita a contraflujo.
El nuevo gobierno ha desatado una cacería de brujas por todas las oficinas públicas despidiendo gente sin ton ni son, de manera similar a cuando llegó el alterado Miguel Angel Yunes Linares, quien en su momento y de manera desmesurada anduvo a la caza de los duartistas para quitarles su dinero y de todas maneras llevarlos a la cárcel.
Se están descuidando las formas con tanta improvisación y atropello. Y lo peor, si el jefe anda bravo, los colaboradores están que se los lleva judas.
Con ese estilo tan peculiar de gobernar. Ese lenguaje tan extraño de articular expresiones. Esa forma de vestir y el poco carácter que le da a la investidura de parte del señor gobernador, lo único que está provocando es extrañeza en amplios círculos de opinión y decisión en el estado.
Se quiere justicia, en efecto, pero no venganzas ni persecuciones que, tal como lo ha señalado el propio presidente López Obrador, distraigan la atención central que es entrar de lleno a la gobernabilidad y empezar a trabajar para recuperar el tiempo perdido.
Así, al cumplirse la primera semana de gobierno y todo es pleito.
¿Cuándo arrancamos?
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo |