La que asistió como invitada de honor y conferencista fue la señora Beatriz Pages Rebollar.
También hicieron acto de presencia un par de priistas añejos y olorosos a bolitas de naftalina. “Estuve en los primeros 40 años del partido y nada que ver con esto. Aquellas sí eran pachangas; había mariachis, soneros jarochos, trovadores, artistas de renombre, chupe del bueno y comida hasta para llevar en itacate”, me dijo uno de ellos.
Lo cierto es que le faltó mucho ambiente al festejo. Nada de matracas y porras, nada de acarreados de la CNC, CTM, CROC, CNOP y SNTE cuyos líderes tampoco asistieron. Nada de retóricos y floridos discursos para el cumpleañero; nada de desbordar las calles ni cerrar el tráfico vehicular.
¿Y el menú? Nomás una rebanadita de pastel, un tamalito envuelto en hoja de maíz, un rollito de nosequé, un vasito con agua de sabor y párale de contar.
¿No asistió la lideresa estatal Lillian Zepahua? Uta nomás eso faltaba. ¡Claro que asistió! De hecho, fue la única priista distinguida. También asistieron 250 personas entre gorrones del rumbo y tricolores de corazón. No más.
Pero faltó la pimienta de al menos un personaje de renombre, alguien que acaparara los reflectores y hablara de la urgente necesidad de refundar o sacudir al partido. Y es que si en el 2021 no logra enderezarse cuando menos un poquito, para el 2024 habrá muerto sin remedio.
Y a todo esto ¿dónde estaba en festejado?
Arrumbado en un rincón, escuchando a Beatriz Pages que le decía: “No tienes derecho a morir. La muerte puede ser en muchos casos inevitable, pero tu no tienes derecho a cavar tu tumba”.
Y el pobre hombre aquejado por sus achaques, en silla de ruedas, cubiertas las piernas con una frazada y enredado hasta el cuello con un jorongo descolorido, asentía mientras pelaba tamaños ojos y jalaba aire como si tuviera enfisema pulmonar.
Beatriz se fue y el viejo se quedó solo. Me acerqué y me impresionó su aspecto. No representa los 90 años que está cumpliendo sino 120 muy mal llevados.
Así de jodido lo vi; con una fatiga infinita en su rostro surcado de arrugas y casi desahuciado por todos.
¿Se levantará para seguir en la brega?
Con este nonagenario mañoso nada se sabe y todo es posible.
Mientras en la explanada Lillian y Beatriz partían un pastel en su honor, el viejo dormía en su silla con un banderín tricolor entre sus manos sarmentosas donde se leían claramente cuatro palabras: Yo soy el PRI.
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