En estos tiempos que corren los desplantes no quedan, se ven mal y causan náusea. Sobre todo si quien los escucha tiene un amigo o un familiar desaparecido, secuestrado o ejecutado.
Decir a su entrevistador que él, Cuitláhuac García, no tiene miedo a los delincuentes, cayó como patada al estómago a una ciudadanía que vive con zozobra, miedo y pánico día tras día, semana tras semana, mes tras mes… y que está literalmente hasta la madre de la incapacidad de los gobiernos para garantizarle seguridad y paz.
“La única paz que conocemos es la de nuestros difuntos cuando los matan” dijo una mujer frente al féretro de su marido y dijo una gran verdad.
Insistir una y otra vez con una mentira ya no es redituable, pero eso lo pasa por alto Cuitláhuac que aseguró que desde que asumió el poder bajó la incidencia delictiva en la entidad.
¿Quién le pasará los informes sobre seguridad? ¿Por qué le ocultarán las cifras reales? ¿Cómo es posible que hable de esa manera cuando entre viernes, sábado y domingo hubo 31 ejecutados en lo que se considera el fin de semana más sangriento en la historia reciente de la entidad?
Tampoco le ayuda decir que tras la balacera y quema de autobuses en el sur: “Me puse a recorrer Tierra Blanca hablando con la población directamente y les informé lo que estamos haciendo”, porque dice una verdad a medias.
Sí, en efecto, fue a Tierra Blanca, pero a comer hot dogs (ayer dije que habían sido tacos) y esa imagen fue la que subió a las redes su oficina de Comunicación Social.
Lo cierto es que Veracruz está mal muy mal y las frases populistas ni ayudan al gobernador ni dan tranquilidad a una población que insisto, está harta y con miedo.
¿Qué sigue?
Esperar un milagro, no hay de otra.
Por el bien de Veracruz, cómo deseo que el gobierno de Cuitláhuac sea la excepción que confirme la regla y logre disminuir la violencia. Pero no se ve por dónde.
Creo que la única vía es poner nuestras esperanzas en el siguiente gobernador. A ver si él sí puede.
Pero para eso tendrán que pasar cinco años y ocho meses.
Pasumecha… es mucho tiempo.
Se erizan los vellos del espinazo de sólo pensar cuántos asesinados, secuestrados y desaparecidos se habrán contabilizado para el 30 de noviembre del 2024.
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