El ataque lo perpetraron alrededor de 12 sujetos que viajaban en una camioneta Liberty azul y en una Tacoma color vino. En un principio se habló de cincuenta disparos, pero los triángulos amarillos con que los ministeriales señalaron los casquillos percutidos corroboraron que fueron 115 los balazos.
Si primero se habló de dos muertos y ocho heridos, la cifra se cerró en cinco muertos y cinco heridos con lo que aquello se convirtió en una masacre; no de las proporciones de Minatitlán, pero fue una masacre.
Dos son las hipótesis policiacas: la primera dice que hace unos días una de las víctimas hirió al hijo de un delincuente y éste amenazó con vengarse y la segunda tiene que ver con el cobro de piso.
Motivos aparte lo alarmante es la cotidianidad, el desparpajo y la facilidad con la que se asesina en Veracruz. Si antes los sicarios buscaban la protección de la noche, ahora acribillan a pleno día y con armas de alto poder, sabedores de que las autoridades les pelarán los dientes. Cualquiera que haya sido la razón, el mensaje es más que claro: en Veracruz manda la violencia y háganle como quieran.
¿Y el gobernador?
Este jueves Cuitláhuac García estuvo en el puerto de Veracruz donde inauguró la Expo Feria Ylang Ylang departiendo sonrisas y comentarios absurdos.
Disfrazado de vaquero (sombrero texano, camisa a cuadros, pantalón de mezclilla, etcétera, etcétera) y con un tubo de Vitacilina en las manos, dijo a los reporteros que esa medicina sirve para el ardor. Y se la recomendó a Yunes Linares para que se le quite el ardor que le provocó ver perder a su hijo la gubernatura.
Nadie, ni sus más cercanos, festejaron su patética gracejada. Pero en las redes se lo acabaron y lo hicieron pomada. Igual que la Vitacilina de su chistorete.
Ya había coronado a la reina de la Expo y ya había dicho su tarugada, cuando se enteró de la masacre de Tuzamapan y se pasmó. Y se pasmó el Secretario de Gobierno y el titular de Seguridad Pública. Y los veracruzanos se pasmaron ante el pasmo de sus gobernantes.
Y mientras Cuitláhuac seguía pasmado, familiares y amigos velaban a sus cinco muertos, todos jóvenes, cuatro de ellos veinteañeros. Y en medio de la tragedia, el dolor inenarrable de un hombre cuyo hijo era uno de esos veinteañeros. “Mi hijo sólo iba a comprar limones y la balacera le cayó encima”, dijo a la reportera Verónica Huerta.
Y en medio de la tragedia la suegra de otro de los asesinados (Oscar Alberto Suárez Martínez de 25 años que deja en la orfandad a dos pequeños) dijo a Verónica: “Tenemos mucho miedo, mucho miedo y no se vale vivir así. Si las autoridades no fallaran no estaríamos así. No es justo, quisiéramos que hicieran el trabajo que les toca hacer”.
Y en efecto no es justo. Entre otras cosas porque el gobernador siguió pasmado hasta el día siguiente en que dijo unas palabras de compromiso.
No es justo que en 14 años y cinco meses Veracruz haya padecido un gobernador bandido y ladrón, y otro ladrón y bandido. No es justo que soportara a uno soberbio y corrupto y ahora padezca a uno inoperante e incapaz.
No es justo que la entidad sea un mapa tinto en sangre en sus cuatro puntos cardinales por tantas ejecuciones y el cementerio más grande del país por tantas fosas clandestinas.
No, nada de esto es justo, como tampoco lo es que Veracruz viva la más brutal y espantosa violencia en la casi total indefensión.
No señor, no es justo.
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