Duarte y sus abogados sostienen que las pruebas bancarias en las que se sustenta la acusación promovida por el Servicio de Administración Tributaria para imputarle los delitos de lavado de dinero y asociación delictuosa fueron obtenidas de manera ilegal, por lo cual buscan que la sentencia sea anulada, lo que significaría que ya no habría materia para mantenerlo preso.
Por supuesto que ello no quiere decir que Duarte sea inocente. Claramente no lo es. Pero sería suficiente para que el peor gobernador de la historia de Veracruz y quizás de México se vaya muy tranquilo y contento a disfrutar del saqueo que le propinó al estado que sumió en el horror. Ni siquiera necesitaría transitar los otros caminos que ha abierto con su estrategia legal y mediática.
Y se ve muy seguro de su apuesta. En una más de las entrevistas que las autoridades le han permitido conceder desde su reclusión, Duarte de Ochoa le declaró al periodista José Ortiz Medina que “en unos meses más” saldrá de la cárcel, mientras que desestimó los procesos que le tiene abiertos en Veracruz la Fiscalía General del Estado por desaparición forzada: “esos están papita”, se burló.
Como se ha burlado todo el tiempo de todos. Porque al privilegio de conceder entrevistas hay que sumarle -de acuerdo con lo descrito en la entrevista que le dio a José Ortiz- que vive como rey dentro de la cárcel. Hasta se dio el lujo de invitarle a comer lechón y pastel al periodista.
¿Será que, a los reos comunes, los que no tienen el dinero que Duarte dice no tener, también les provean las exquisitas viandas que con cinismo y desparpajo disfruta a costa del sufrimiento que le provocó a miles y miles de veracruzanos en su infausto sexenio?
Duarte va para afuera en breve. Debe estar contento con la llamada “cuarta transformación”. Y con eso de que hasta Andrés Manuel López Obrador alguna vez lo consideró un “chivo expiatorio”, en una de ésas, lo hacen senador o diputado.
El tirano enseñó los dientes
Negro es el panorama para las libertades civiles y los derechos ciudadanos cuando el presidente de México exige a la prensa “tomar partido”, ataca a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y le corta la cabeza a un funcionario por expresar su desacuerdo con el desmantelamiento de los instrumentos de medición de la eficacia del gobierno.
El tirano enseñó los dientes.
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