Sin mayor problema Fabiola se retiró dado que no tenía necesidad de otra tarjeta ya que llevaba muy bien sus cuentas en la que tenía, pues en los últimos dos años se había vuelto experta en utilizar su teléfono celular para realizar la mayoría de sus operaciones bancarias.
Retiros, compras y pagos, los hacía desde ahí con los beneficios del ahorro de tiempo y dinero en evitar traslados. Desafortunadamente lejos estaba de pensar que ese día todo iba a cambiar y perdería la paz hasta estas fechas, pues a las 3 am del día siguiente la despertaron sonidos de su dispositivo móvil que le anunciaban una serie de operaciones en cadena como el cambio de su contraseña, la alta de un nuevo número celular para recibir notificaciones, y al final, compras y retiros que superaban los 200 mil pesos.
Las horas se le hicieron eternas para que iniciara el día hábil y pudiera hacer el reporte a su banco acerca de lo acontecido.
Sin embargo, los días que siguieron se vieron ensombrecidos por el rechazo de sus solicitudes de aclaración, notificadas vía banca móvil, sin mediar explicación de tal negativa.
Si resulta evidente que el principal reto que enfrentan los diseñadores del nuevo sistema de bancarización digital hacia el que nos llevan es lo fácil que resulta burlarlo: ¡¿Cuanto más tenemos que esperar para que las entidades financieras afinen sus métodos de autenticación para validar la identidad del usuario antes de permitir el retiro de fondos?!
Sobre todo cuando existen factores que hacen sospechosas las operaciones como la hora en que los movimientos se verifican, y en lugares que no corresponden al domicilio del usuario.
La espera daña profundamente los bolsillos de los mexicanos, pues esa deficiencia en seguridad realmente la pagamos los usuarios.
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