La “lealtad” priista en la que el tricolor basó buena parte de su operación y fortaleza en tierra durante décadas siempre estuvo sostenida por la expectativa de un cargo, una prebenda, una canonjía y hasta un pequeño estímulo. Al perder el poder y, por ende, el acceso a la caja de los recursos públicos para financiar dicha operación, la desbandada era previsible.
Y no es que el PRI se haya vuelto completamente irrelevante a nivel país. Todavía gobierna en doce estados de la República, lo que supondría una fuerza política considerable. Sin embargo, su mala imagen, ganada a pulso por encubrir las atrocidades de gobernadores como Javier Duarte o las corruptelas del peñismo, lo volvió un apestado entre los ciudadanos, que lo han castigado votando en contra de todo lo que esté asociado a su marca, incluso cuando ha llegado a presentar buenos candidatos.
A nivel local, cada vez es más claro que los antiguos operadores del PRI se están colocando en los gobiernos, congresos y demás espacios de poder ahora controlados por Morena, cuya inexperiencia política y gubernamental es aprovechada por esos priistas para venderse ante el lopezobradorismo como los únicos que le pueden ayudar a salir de los atascaderos en los que usualmente se atora por ignorancia, soberbia o por pura y simple incompetencia.
Por otra parte, entre las multas, la drástica reducción de sus prerrogativas y la pérdida de los presupuestos estatales, el Revolucionario Institucional está en quiebra financiera, al grado que ha tenido que rematar bienes, pedir préstamos y retrasar el pago de la nómina de sus trabajadores en varias entidades y a nivel central.
A 90 años de su fundación, el PRI es un ente en agonía de credibilidad y capacidad de convocatoria, y que encima estaría por entrar en una crisis de identidad si, como se sospecha desde hace tiempo, su flamante nuevo presidente nacional, Alejandro Moreno Cárdenas, lo termina convirtiendo en un satélite de Morena y del lopezobradorismo. Así como en su momento lo fueron partidos como el PARM, el PPS y el PVEM del propio viejo PRI.
Vaya que eso sí sería una “cuarta transformación”.
Dejan solo a Mancha
Tal parece que la hegemonía del grupo que ha controlado al PAN veracruzano los últimos años está por terminar. Los grupos panistas se están agrupando en torno de Joaquín Guzmán Avilés y abandonan a José de Jesús Mancha Alarcón, cuyos días como dirigente estatal de ese instituto político habrían llegado a su fin.
Y con él, los del “maximato” yunista.
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