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Edgar Hernández.
 

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Las limosnas de Cuitláhuac para la prensa veracruzana… “¡Si quieren!”
2019-08-14

“¡El ladrón piensa que todos son de su condición!”, dicho popular


Molesta, incomoda al gremio periodístico tanta torpeza.


Esas generalidades. Esa tabla rasa de que todos los periodistas somos corruptos. Todos chayoteros y que, en una tonta dialéctica, ahora seremos “corruptitos” porque los convenios que habrá de suscribir su gobierno con los medios, “serán chiquititos”.


Ya no tendremos que preocuparnos por seguir siendo corruptos, tampoco esperar las cantidades millonarias que nos daba Duarte a todos los periodistas por hablar bien de él, ya que ahora se trata de hablar bien, pero con poquito dinero.


Para su estrecha mente no hay periodistas que vivan, aunque sea malamente, de su trabajo. No existen más los periodistas honestos, los incorruptibles. Tampoco los que han hecho de su trabajo una vocación de fe. Ni los que han sido asesinados por decir la verdad. Ni por los que no aceptan dádivas sean grandotas o chiquititas.


Simplemente los que no escriban bien de su persona –como si tuviera resquicio para el halago personal-, los que no reconozcan su trabajo –como su hubiera algo que presumir-, los que volteen la cara cuando se descubran nuevos actos de corrupción y nepotismo –como si no fueran el pan de cada día-… pues todos esos no tendrán pase a un “Convenio chiquitito”.


Cuitláhuac García olvidó la historia.


Creo que incluso nunca la leyó, ni se enteró que la construcción de Veracruz, de nuestro país, fue cimentada con la sangre de nuestros grandes hombres, entre ellos por supuesto, comunicadores y periodistas que cayeron por las balas que cegaron su verdad.


Insulsas y torpes las declaraciones de Cuitláhuac cada vez que habla de los medios, que alude a los molestos periodistas que reseñan su modito cantinflesco de hablar, esos argumentos que ni un chavo de secundaria presume, esas explicaciones que a nadie convence y ese coraje de vida que muy seguramente le dio una vida llena de sinsabores hasta que su Dios le entregó Veracruz.


Dice nuestro personaje de cuento:


(…) no sé cómo andemos en convenios, pero son muy chiquititos, la mayoría nos lo rechaza, no sé, pero creo que con Gráfico de Xalapa no tenemos (convenio), todavía no; no sé, yo no quiero meterme en ese tema, se hizo una ley para que todo quedara transparente”, asume el gobernador cuando se le pregunta sobre las relaciones con dicho medio en el marco del asesinato del periodista Jorge Celestino Ruiz.


Quienes nos dedicamos a esta noble y tan importante profesión no acabamos de entender si es menos corrupto y chayotero el que acepta un convenio “chiquitito”.


Tampoco estamos ciertos si los “convenios chiquititos” solo aplican para los dos que tres medios impresos que sobreviven en Veracruz o para los más de mil 200 portales en redes sociales o para los columnistas, tengan portal o no, así como para las estaciones de radio y TV locales.


Porque es un hecho que históricamente los grandes beneficiarios de los grandes convenios han sido los propietarios, que no los trabajadores.


Que se sepa, los concesionarios son los de la tajada grande y los colegas los de la dádiva que históricamente nunca ha sido generosa y por alguna razón que se desconoce, se entrega de manera subrepticia, por debajo de la mesa.


Quien esto suscribe a mi paso por más de cinco lustros por oficinas de prensa siempre observé, producto de los usos y costumbres, que los convenios con la prensa los signaba directamente el titular de la dependencia o gobierno, con los dueños de los periódicos, mientras que al responsable de prensa se le dejaba la “dádiva” –así se llamaba a lo que hoy se conoce como “chayote”- para los reporteros de la fuente.


En el Veracruz de mis tiempos, había una serie de compromisos digamos discriminados.


Había desde quienes, me consta, no aceptaban un centavo de gobierno, hasta los chantajistas que eran atendidos por el titular de Seguridad Pública que era quien los ponía en orden.


Había otros, digamos los fifís, que eran atendidos por el secretario de Finanzas y los enviados de México por orden presidencial que eran responsabilidad exclusiva del gobernador.


Así era antes.


En el presente, con el atarantado de Cuitláhuac, no hay formalidad, no hay estilo, no hay el cuidado pertinente, todo se hace al madrazo y, lo peor, está rodeado por gente que solo lo empina.


Cuitláhuac, por lo que se observa, se mueve en la dinámica de que los colaboradores no deben ser ni más inteligentes ni más brillantes que él, por ello el atropello, la falta de cuidado en el ejercicio del poder.


A Cuitláhuac le entregaron un Cadillac, cuando ni siquiera traía un Volkswagen, porque nunca tuvo un automóvil para desplazarse y cuando le dieron la llave de tan flamante automóvil pensó que era un chocolate y le dijeron: “¡Pérate… eso no se come, es la llave para que camine tu Cadillac!”.


De ese tamaño es su ignorancia.


La misma que manifiesta cuando se refiere a los medios en donde –parafraseando a su mentor López Obrador- no todos somos iguales.


Tiempo al tiempo.


*El autor es Premio Nacional de Periodismo

 
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