“Algo peor que un político corrupto, es un ciudadano que lo defienda” Dicho popular.
Es cierto que el lenguaje y las expresiones no son exclusivas de una persona, de una época, de un lugar. Los tiempos acomodan, cambian las condiciones y circunstancias, quitan banderas, modifican perspectivas y reacciones. Pero escuchar, leer, que un personaje público con la ganada mala fama de Javier Duarte se escude tras la frase de “ni perdón, ni olvido” para reclamar sus diferencias con quienes lo metieron a la cárcel, es cuando menos una desvergüenza, un cínico desfiguro más, de todos los que ha proferido y a los que con tristeza pareciéramos estarnos acostumbrarnos en éste que parece un mundo al revés.
El personaje en cuestión, noticia nacional como símbolo de una etapa negra de la historia veracruzana, ese mismo sujeto que desplegó un ejercicio público que marcó la historia reciente de los veracruzanos de sangre y corrupción, se gana un espacio en medios con declaraciones que solo tienen cabida en el paroxismo de los nuevos tiempos, donde el río revuelto permite todo.
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Escuchar, leer las frases, los pensamientos que dieron fuerza, identidad a momentos e idearios de una razón de justicia, de fraternidad, de transformaciones profundas, ahora puestas en boca de personajes que poco o nada tienen que ver con sus orígenes, incomoda, molesta y pone en entredicho la memoria, el origen y los alcances de las mismas.
No nos permitamos dejar de recordar con seriedad y razones lo que ha acontecido, los hechos y personajes que han originado que hoy estemos entrampados en la barbarie. Efectivamente ni perdón ni olvido ante tanto daño infligido a nuestra vida pública, ante tanto engaño, ante tanta, tantísima corrupción.
Reclamemos que la justicia, el combate a la corrupción y la clara aplicación de la ley conduzcan los ejercicios públicos. El México desangrado en que vivimos requiere bocanadas de aire fresco que despejen los tufos malolientes de las malas administraciones, exijamos actuaciones gubernamentales limpias y transparentes, que rindan cuentas. Transformemos el futuro pero sin olvidar el pasado y menos sin reclamar sus malas experiencias.
Que la sombra de la transformación no alcance para que se arropen actos y personas que en sí mismos socavan los procesos de cambio que se reclaman. Sorprende la falta de respuestas, de posicionamientos serios ante el atropello que significa darle foro público a un reo demostradamente ajeno a la verdad. Llama la atención que frente a la descalificación y los prejuicios de los nuevos actores políticos, se permita el andar cínicamente sonriente de histriones que presumen su presencia pública como la puesta en escena de una impunidad que no se merece una sociedad agraviada.
Los procesos de transformación son difíciles, conciben modificaciones complejas y voluntades que a momentos pueden ser cuestionadas, sin embargo, existen elementos que marquen las diferencias, que fortalezcan el argumento de ser distintos, de romper prejuicios y acabar con visiones de buenos y malos, de actuar sobre compromisos de apego a la ley y a la democracia, de superar las ataduras de las verdades absolutas y de asumir en consecuencia el valor de las críticas.
La lucha por la transformación también pasa por enfrentar los retos de los nuevos modelos de comunicación de masas, donde la postverdad, las noticias falsas, el cinismo mediático, son elementos que pueden blindar malas prácticas, hechos cuestionables o personas tóxicas, apoyar el ocultamiento de realidades o boicotear las oportunidades del cambio.
No olvidar la ruta de la desgracia que nos llevó hasta aquí, ni perdonar a sus protagonistas. Como dijo Bertolt Brecht “¡Contra la injusticia y la impunidad! Ni perdón ni olvido”.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
2 de octubre, 10 de junio, 26 de septiembre y mucho, mucho más. Ni perdón, ni olvido.
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