Poco o nada parece hacer mella en la figura de un presidente que machaconamente reitera los mensajes de su versión del México que ya somos. Uno donde el Estado de derecho ahora si ya es vigente, donde la corrupción se ha acabado y la inseguridad ahora si se combate desde sus causas.
Desde su llegada, disfrutamos de una democracia que se reconoce en el respeto, y por fin, tenemos políticas sociales que no simulan atención y que por lo mismo se entregan de forma directa, sin intermediarios, lo que significa eficacia gubernamental, transparencia administrativa y reconocimiento al pueblo. Ahora sí, somos un pueblo feliz, feliz, feliz, con un presidente que no miente, no roba y no traiciona, porque él lo dice y también dice que es un hombre de palabra, así que es verdad.
Quien podría estar en contra de esos imaginarios que atienden aspiraciones profundas, indiscutibles, de mayorías que anhelamos mejores condiciones de vida, que por fin hagan el México justo, seguro, democrático y libre que tantas veces se ha prometido.
La realidad sin embargo es tan tozuda como el mismo presidente. Se le ha definido como dura, incluso cruel; la realidad responde y pone cara a las palabras diarias que, optimistas, recorren los caminos de Palacio Nacional. Se empeña en desdecirlo. A pesar de los datos presidenciales, de las referencias del cambio que llegó, la realidad se muestra, se filtra detrás de los auditorios que aplauden, ensombrece el sol de la alegría que nos venden los anuncios, mancha de sangre las bambalinas y las hojas de los informes.
Datos irreverentes nada halagüeños: Crecimiento de la economía, cero en el primer semestre, con perspectivas de cerrar el primer año muy por debajo de lo calculado en presidencia; la inseguridad, la violencia, desatadas, enfrentado crudamente a una estrategia de seguridad discutible, a una operación de esa estrategia también muy discutible, ante la información diaria de muertos, de asaltos, de violaciones.
Todos los días observamos prácticas de gobierno cuestionables por su desaseo jurídico y administrativo. Faltas de respeto a las leyes y normas bajo los supuestos interpretativos de justicia del propio presidente. Son mensajes contradictorios y preocupantes como la ley Bonilla, la ley garrote, consultas a “mano alzada”, las numerosas adjudicaciones directas, proyectos puestos en marcha sin terminar, sin expediente completo, o la violación del procedimiento para mantener la presidencia de la cámara de diputados. Todo justificado porque por encima de la ley están las aspiraciones de la 4T y la proclamada buena voluntad de un hombre honesto.
La realidad también golpea duro cuando los que deberían respaldar con eficiencia los llamados presidenciales parecieran no estar a la altura de los retos impuestos, de las líneas trazadas desde palacio nacional. Muchos de los secretarios de estado, gobernadores, presidentes municipales, diputados o senadores ligados directamente al proyecto presidencial han mostrado una evidente incapacidad de gestión, lados oscuros, visiones y acciones muy distintas y lejanas de una trasformación requerida, demandada, urgente.
Qué bueno que oficialmente estamos mejor que antes. Qué bien que el presidente esté feliz, feliz, feliz del avance alcanzado en este año de trabajo, que la cuarta transformación camine firme.
En una de esas, por el bien de todos, la realidad le obedece.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA.
500 mil has. sembradas de árboles en lo que va del año, ojala y no sean tan solo, “otros datos”.
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