Las críticas no serán agradables, pero son necesarias. Winston Churchill
Nuestra realidad política, pública y social se enmaraña. Cada vez damos más tumbos caminando, mientras la peor cara de esta descompuesta realidad nos abruma, nos escupe. Queda claro que cambiarla, transformarla, no es un asunto solo de voluntades puestas en la plaza, en la palestra diaria, no es suficiente aferrarse con la fe y el estoicismo.
Hace falta mejorar el ejercicio de gobierno, entender que transformar una sociedad de excluidos no puede hacerse excluyendo, una sociedad de marginados no se corrige marginando. Transformar implica respetar e incluir, dar cara a la compleja vida existente obliga a la apertura, al reconocimiento de las diferencias, a la tolerancia, a la ampliación de la vida democrática y participativa en el marco del respeto al estado de derecho.
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Los millones que votaron por AMLO y los otros millones que no lo hicieron, todos somos mexicanos que debemos ser incluidos en los programas de gobierno, debemos ser escuchados y atendidos por la autoridad. Esa fue la demanda de AMLO durante casi dos décadas, y llegado al gobierno parece haberlo olvidado.
En los últimos días han sucedido cosas que motivan a la preocupación. La llamada cuarta transformación parece transformarse en un movimiento intolerante y excluyente, que rechaza el ejercicio de la garantía de la libre expresión, del reconocimiento de los derechos humanos y de la diversidad. Nos enfrentamos a un gobierno que se ofusca frente a la crítica y desprecia la protesta y la inconformidad, al considerarla como la insurrección de los infieles. La intolerancia permea en muchos de los comportamientos públicos y sociales, dejando un amargo sabor.
Actitudes políticas y administrativas características de los malos gobiernos de antaño, que se suponía estarían siendo canceladas por los nuevos modelos y que sin embargo se hacen presentes sin pudor, bajo el cínico argumento de que, si antes no se quejaban, ahora tampoco debe hacerse. Que la crítica no deja trabajar, que los críticos son enemigos de la nación, que son honestos y eficientes porque ellos lo dicen y no necesitan demostrarlo. Que las leyes se cumplen solo cuando les sirven, si no, se pueden buscar atajos sin represalias.
Ejemplos son el de Baja California y su ampliación de mandato, el de “ahórrense su tiempo porque no se cambiará nada” ante la protesta campesina, el de “iniciar” un aeropuerto o un tren sin el proyecto ejecutivo correspondiente o la molestia pública contra la prensa que señala yerros o cuestiona decisiones gubernamentales.
En todo régimen democrático tienen cabida los críticos del gobierno. Y también los que, siendo afines políticos, se pronuncian en contra de alguna medida o visión que no comparten o creen puede ser mejorada. No se podía esperar algo distinto en este nuevo gobierno, cuantimás cuando con el paso de los meses, el abanico de afectados se amplía más allá de “los privilegiados”, incluyendo en el torbellino de la destrucción a sectores medios y bajos, urbanos y rurales, empleados y empleadores, científicos, artistas, campesinos, mujeres, hombres y niños.
En efecto, hay sectores desilusionados, lastimados, que son agrupados en la descalificación básica que ahora parece acomodarse a todo aquel que reclame, que disienta, a los que opinen distinto. Muchos de los votantes que “ganaron” el pasado 2018 y que demandan cumplimientos, son ahora defenestrados con el calificativo o ignorados, salvo aquellos como la CNTE, que entre vítores aplauden la concreción de sus cuestionables acuerdos.
Asumir que el origen legítimo y el incuestionable triunfo de una elección permite todo y da una coraza inexpugnable frente a cualquier embate, es un cálculo que solo cabe en la cerrazón de quien asume verdades inamovibles con coros que aplauden el lujoso vestido del rey desnudo.
Para transformar las condiciones de nuestro país y volverlo más justo frente a nuestras desigualdades oprobiosas no es obligación callar sino al contrario, exigir que los gobiernos no cometan los mismos errores que nos han llevado a esta realidad. Exigir que se conduzcan con la eficiencia, profesionalismo, legalidad y humildad necesarias, con una visión incluyente donde quepamos todos los mexicanos, porque de políticas excluyentes ya hemos tenido suficiente. Señalar las deficiencias, criticar los yerros y proponer alternativas es la vía más sana.
No generemos más escombros de los que ya existen, se trata de construir, de rehabilitar, de regenerar, con modos distintos a la demolición total de todo, porque tal vez, de seguir en este camino, no se encuentren las respuestas esperadas.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La destitución en el CONEVAL ¿será la regla contra el disenso? .
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