Albert Einstein.
Después de casi 11 meses de ejercicio de una administración que aún no termina de consolidarse, la fuerza discursiva y de liderazgo del presidente López Obrador han sido puestas a prueba en varias ocasiones, requiriéndose del envío de mensajes de capacidades que garanticen que los ofrecimientos de cambio llevan paso firme y rumbo claro
Efectivamente hay datos que adelantan optimismo y confrontan los presagios contra el nuevo gobierno, errores que se han ido quedando atrás. Pero también a contra mano se presentan hechos y actuaciones donde las preocupaciones se hacen presentes.
Por ejemplo, ahora observamos que se impulsa una lucha contra la corrupción que hace percibir a la sociedad la existencia de una línea para acabar con la impunidad y que se manifiesta en encuestas en crecimiento positivo. Frente a ese hecho positivo, también aparecen nubarrones en ese renglón, sobre actos de servidores públicos actuales que parecen dar continuidad a diversas prácticas contra las cuales se ha manifestado rechazo, que en campaña fueron criticadas por el candidato y por las que se logró un amplio respaldo.
En medio de esto, no se asume la profundidad de los problemas que se enfrentan y la dificultad de dar soluciones inmediatas, por lo que la urgencia de cambiar de rutas y actitudes de trabajo es insoslayable. Sin embargo en muchas áreas federales y en gobiernos estatales o municipales del partido del presidente, la humildad de reconocer errores, la autocrítica, es un fantasma indeseado y repulsivo.
Desde lo más alto, parece no existir la posibilidad de reconocer no solo de dicho sino también de hecho, que los problemas requieren ser atendidos de mucha mejor forma que como hasta ahora se ha hecho. Se mantiene una ruta y un ritmo entre medroso y displicente, en muchas ocasiones alejado de la norma. Parecieran no entenderse las dimensiones en que nos encontramos ni reconocer que deben hacerse ajustes cuanto antes, si de verdad se busca hacer concreta la aspiración de la transformación.
Hoy por hoy es apremiante un ejercicio de autocrítica entre quienes nos gobiernan. Reflexionar en retrospectiva y con prospectiva permitirá aquilatar la necesidad de asumir capacidades, voluntades y sensibilidades mayores requeridas en el ejercicio público.
Se demanda con urgencia, es obligatorio asumir los ejercicios de evaluación de lo hecho, de lo realizado. Un esfuerzo que signifique puntualmente reconocerse en las fortalezas y debilidades que las circunstancias plantean, porque la primera línea de la reflexión de los quehaceres públicos está en las propias oficinas de los representantes y servidores públicos, confrontando discursos con realidades.
La humildad es un valor que debe ser referente del comportamiento público. Debe ser una actitud que confronte las soberbias que marcaron ejercicios que heredaron muchas de nuestras tragedias públicas y sociales. Caería muy bien en estos momentos, mirarse en el espejo con la vista que no asuma las loas o las mascaradas que han hecho naufragar a gobiernos y personas a lo largo de la historia.
Asumir las dificultades existentes, el cómo se procesan y se buscan salidas, el realizar ajustes ante las fallas o el replantear las rutas ante lo que acurre no puede ser visto como seña de debilidad, sino por el contrario, como reconocimiento de un deber ante los reclamos sociales de dejar atrás las simulaciones y dar la cara con verdad, asumiendo costos y teniendo altura de miras.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La lucha de los cafetaleros este 21 de octubre, una legitima demanda de ser atendidos y apoyados.
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