La globalización no perdona y ahí está el lamentable ejemplo del coronavirus. La aparición de esta nueva y muy agresiva modalidad de gripe a causa de un nuevo virus rápidamente se convirtió en un pandemia mundial tiene en vilo a todo el planeta. Prácticamente todos los países tienen casos detectados.
La información, los rumores, la sobreinformación y el pánico que estos fenómenos generan, alimentados también por la globalización, se ha expresado de muchas maneras. Revisemos algunas manifestaciones en México.
Uno. Se ve que el gobierno de la 4T, y más concretamente, el presidente, no se deja aconsejar fácilmente. Las medidas que se impusieron para la cuarentena han sido positivas, pero parecieron obligadas al comparar las acciones que estaban tomando otros países, las consecuencias económicas y sociales que traería no actuar, así como la iniciativa que tomaron algunas instituciones privadas antes que las públicas. Por otra parte, la comunicación presidencial sobre el tema ha sido desastrosa. La cuarentena puede contener la fase de contagio, pero todo mundo se pregunta por qué no se impusieron restricciones más severas en todos los aeropuertos antes. Ahora ya están aplicándose los protocolos, pero la percepción es que se tardaron en reaccionar. Y sería mejor suspender las mañaneras, los besos a los niños y las giras. Si no lo hacen, sería aconsejable que vean las encuestas de aceptación, porque el coronavirus puede matar políticamente a Morena.
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Dos. El manejo político, que es siempre invitado especial. Apenas terminada la fase más activa de la rebelión de las mujeres, con un gobierno que no supo responder a tiempo a este movimiento que seguramente será de los más importantes de la década, llega el virus con toda su prole política, y los de antes tanto como los wannabes salen a criticar y afirmar que lo hubieran manejado mejor. Señalan con dedo flamígero las fallas y llevan agua a su molino partidista. Manejan un discurso engañoso, como si el problema sólo fuese de México. No les conviene hablar de la situación mundial, porque hay otros países que están, por lo menos de momento, peor que nosotros; y eso que son del primer mundo.
Tres. El manejo informativo y desinformador. Las redes sociales, que no tienen ninguna responsabilidad informativa ética ante nadie, hace correr versiones varias sobre la pandemia. El control sobre ellas es casi imposible. Pero los medios también se han encargado de contribuir no con su granito sino con una enorme roca de arena desinformadora. Paola Rojas aseguró que había nueve casos confirmados en el hospital ABC, cosa que desmintió el propio director del nosocomio que era, supuestamente, la fuente de la periodista. Esto se convirtió en trending topic en las redes, donde tundieron a la conductora del noticiario matutino de Televisa y, por supuesto, en tema de debate político en el que salió a relucir su parentesco con Felipe Calderón.
Del mismo productor de “juay de rito”, se nos brindó la primicia de la muerte del empresario y director del Grupo Financiero Inbursa, José Kuri, claro, se trata de Joaquín López Dóriga. Raymundo Rivapalacio también difundió esta información, desmentida poco después por la Secretaría de Salud. Viendo las redes, le fue peor a López Dóriga que a Rivapalacio, quien además prometió narrar después las circunstancias en que se produjo esta información que, afirma, la obtuvo de dos familiares muy cercanos a Kuri. Este gazapo se interpretó también como un ávido interés político de que apareciera el “primer fallecido” a causa de la pandemia, el problema es que la nota falsa recayó en un personaje de alto perfil y el impacto mediático fue mayúsculo.
Cuatro. Las versiones ciertas y falsas que circulan en las redes tienen como origen una desconfianza ancestral en la información oficial. Se expresa a menudo la sospecha de que el gobierno está ocultando información. El propio gobierno de Estados Unidos ha expresado sus dudas sobre las cifras mexicanas. La credibilidad que tenía el secretario de Salud se vino abajo cuando afirmó que “la fuerza del Presidente es moral, no una fuerza de contagio”. Y López Obrador afirmando “no nos van a hacer nada los infortunios, las pandemias”. Esas afirmaciones de fe, más que informativas, se oyeron como la del pajarito que le contó a Maduro que Chávez estaba feliz. Los espacios que no se ocupan con información reiterada sobre las medidas sanitarias y las acciones del gobierno se llenan con rumores y desconfianza.
Cinco. Las redes no son suficientes para diseminar la información sobre las medidas de prevención. Mientras en otros países usan carteles, medios electrónicos, impresos, pantallas luminosas para insistir en la distancia social, incluso utilizando las multas como medida de presión para que la gente no salga de sus casas, en México, como siempre, los poblados que están fuera del radar de las zonas citadinas bien comunicadas están expuestos y al margen de las medidas sanitarias adecuadas. Para no ir muy lejos, Coatepec, la ciudad donde vivo, a quince minutos de Xalapa, la capital de Veracruz, luce como si nada. Mucha gente en la calle, en el supermercado, en el mercado, las tiendas, toda la vida de la ciudad sigue con normalidad, como si no hubiera coronavirus.
Seis. El coronavirus, la fe y el castigo divino. La religión católica anunció que suspenderá misas, las cuales pueden seguirse por televisión, radio o internet. La bendición que cada semana imparte el Papa Francisco se hará vía streaming. Algunas autoridades religiosas, sin embargo, anunciaron que oficiarán misa normalmente y los feligreses que quieran acudir pueden hacerlo. ¿Será que quieren evitar que el coronavirus los deje sin óbolos?
En el colmo del oportunismo, una diputada argentina, que se opone recalcitrantemente a la libertad de decidir, utilizó el coronavirus para argumentar a favor de su militancia contra el aborto al tuitear “quisieron legalizar la muerte y la muerte vino a visitarlos”, la tundieron en las redes sociales, pero no faltaron tampoco los seguidores que están usando esta idea del castigo divino sobre quienes intentan que se legalice el derecho a decidir. Lo mejor que le puede pasar a esta diputada es que no tenga que engullirse sus propias palabras con algún familiar contagiado.
Siete. El humor. El coronavirus ha desatado la imaginación, la creatividad, los juegos de palabras e imágenes hilarantes a más no poder. La chunga es a lo que se le dedica más tiempo en las redes. Y el coronavirus, la política, la vida en común y las relaciones interpersonales combinadas con el humor dan para mucho. En los días recientes compartí en mi cuenta de Facebook la invitación a la presentación del libro de una espléndida escritora; hubo cuatro respuestas. Casi al mismo tiempo compartí el texto que me proporcionó un contacto gaditano que postea ideas muy simpáticas, sólo dice “No es por presumir, pero yo ya me lavaba las manos antes de que fuera tendencia”, es sencillo pero cargado de humor; ha sido compartido mil 260 veces. Y las compras de pánico de papel higiénico han desatado la vena creativa de los internautas.
Seguiremos informando sobre una sociedad globalizada también por la enfermedad.
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