No habrá impunidad, le dijo Javier Duarte a Julio Scherer cuando el destacado periodista se dejó caer por Xalapa junto con el director de Proceso, Rafael Rodríguez Castañeda y el subdirector del semanario Salvador Corro, para exigirle el esclarecimiento del crimen de la periodista Regina Martínez.
No habrá impunidad, repitió Javier como tarabilla a los familiares de los demás compañeros asesinados en su administración. Y la impunidad siguió.
No habrá impunidad, dijo casi cada día de su bienio Miguel Ángel Yunes, a una sociedad que fue testigo de que la impunidad se paseó en Veracruz como Pedro por su casa.
Y ahora es Cuitláhuac García quien repite el mismo viejo y sobado sonsonete. No habrá impunidad dice, cuando el primer año de su administración ha sido el más violento en la historia reciente y cuando los feminicidas caminan libremente por las calles.
No habrá impunidad, cuando secuestradores, extorsionadores y ladrones delinquen al amparo de la misma impunidad.
Que no diga el gobernador que no habrá impunidad cuando ni el coronavirus ha logrado que los delincuentes se queden en sus casas.
Veracruz, hay que decirlo, es el paraíso de la impunidad desde hace más de 15 años. Impunidad que heredó el gobierno de Cuitláhuac, pero que ha sido incapaz de enfrentarla e inhibirla.
Luego entonces, que no salga con que no la va a permitir cuando no ha hecho el mínimo esfuerzo por combatirla.
Cuando Duarte le dijo a Julio Scherer y compañía, “Tengan ustedes la seguridad de que llegaremos hasta las últimas consecuencias porque no habrá impunidad en el crimen de la destacada periodista” y desvió su palabrería a una conversación vacua e insulsa, Scherer lo interrumpió: “Es inútil, señor gobernador, no les creemos”.
Igual que los veracruzanos no le creemos a Cuitláhuac, ni le creímos a Yunes, Javier o a Fidel. A unos por mentirosos, a otros por mentirosos y cómplices de los delincuentes y a otro por mentiroso, ineficaz e inepto.
Por el bien de Veracruz, pero sobre todo, por el bien del devaluado gobierno de Cuitláhuac García, urge que las autoridades encuentren pronto a los asesinos de María Elena Ferral y se sigan con quienes le quitaron la vida a 20 periodistas veracruzanos en los últimos tres lustros.
Es imperativo que den con los auténticos criminales y no que fabriquen culpables como se estila.
Y cuando esto suceda, sólo entonces, quizá comenzaremos a creerles.
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