En marzo del presente año José Woldenberg, doctor en Ciencias Políticas por la UNAM y exconsejero presidente del entonces llamado Instituto Federal Electoral (IFE), escribió lo siguiente acerca de Andrés Manuel López Obrador:
“Da la impresión que el Presidente no sólo tiene un déficit de comprensión de la complejidad de las sociedades modernas (con o sin comillas), sino también de los valores y mecanismos consustanciales a los regímenes democráticos. Parecería que piensa y asume que una vez electo en comicios legítimos y legales se le ha encumbrado como una especie de tutor de la sociedad, que no requiere de organizaciones e instituciones mediadoras, que le estorban y molestan la expresión de otras voces, que no acepta propuestas y agendas independientes. Se piensa a sí mismo como un preceptor a través del cual se expresa el pueblo y por ello le fastidian las marchas y paros libres, las agrupaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación no alineados, los otros partidos, los órganos autónomos del Estado y hasta el resto de los poderes constitucionales”.
Y así es.
La megalomanía del Presidente está conduciendo al país a una guerra de castas, a una polarización que sólo nos puede arrastrar al precipicio.
El pasado fin de semana, en su visita a territorio veracruzano, en la víspera de la celebración del Día de la Libertad de Expresión, el Presidente de México utilizó su discurso para arremeter –una vez más- contra el periódico Reforma, uno de los medios de comunicación más críticos a su desempeño al frente del gobierno federal:
Partió del elogio al desempeño de tres personajes que son fundamentales para la aplicación de su “proyecto energético”: Rocío Nahle, Octavio Romero y Manuel Bartlett:
“Los tres me ayudan mucho, Rocío, Octavio y Manuel Bartlett, para el rescate del sector energético. Claro que son clientes del Reforma, de la prensa conservadora, pero eso debe significarles un timbre de orgullo, el que los estén cuestionando tanto en esa prensa que está al servicio de los grupos de intereses creados, de los que sentían dueños de México y se dedicaron a robar, a saquear a nuestro país”.
Pero, ya encarrerado, el Presidente se fue contra todos aquellos que cuestionan su desempeño:
“Qué bueno que se definan, nada de medias tintas, que cada quien se ubique en el lugar que corresponde; no es tiempo de simulaciones, o somos conservadores o somos liberales, no hay medias tintas (...) es decir, no hay para donde hacerse, o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país, se está por la honestidad y por limpiar a México de corrupción o se apuesta a que se mantengan los privilegios de unos cuantos a costa del sometimiento y del empobrecimiento de la mayoría de los mexicanos. Es tiempo de definiciones”.
Tres meses antes de este discurso, la visión de José Woldenberg le permitió anticipar esa postura que ya insinuaba el Presidente, pero que ahora, justo en la etapa más crítica de la pandemia, expresa con todas sus letras:
“En particular el desdén y descalificación de la sociedad civil sigue mostrando sus derivaciones perversas. Y aquí entiendo a la sociedad civil en su connotación de sociedad organizada, movilizada, con diagnósticos y propuestas propias. Y por supuesto en ese espacio hay asociaciones de izquierda y derecha, profesionales y amateurs, poderosas y débiles, honestas y corruptas, influyentes, estridentes y anodinas, pero que son la expresión de una sociedad compleja, masiva y diversa que no cabe ni quiere hacerlo bajo el manto de una sola ideología, una sola organización, un solo discurso y un solo liderazgo(...) El problema es que con esos resortes “conceptuales” (o de incomprensión) la política es vista como un terreno en el que “estás conmigo o contra mí”, generando no solo tensiones innecesarias sino descalificando exigencias y agendas autónomas a las que desde el gobierno se les convierte artificialmente en enemigas”.
¿Esa fue la ruta que se imaginaron los más de 30 millones de mexicanos que decidieron respaldar en las urnas a Andrés Manuel López Obrador?
Yo creo que no.
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Epílogo.
Estamos a un año de que se celebren los comicios para la elección de nuevos alcaldes, diputados locales y diputados federales para Veracruz y hay personajes que llevan ya un largo camino recorrido. *** En Tuxpan, por ejemplo, el activismo de Alberto Silva Ramos (quien, además, fue nombrado delegado del Partido Verde para la zona norte) le ubica con amplia ventaja al frente en todas las encuestan que se realizan para la alcaldía de aquel puerto. *** En Xalapa, el único de los aspirantes que ha mostrado empatía con los grupos vulnerables de la ciudad, ha sido Cuauhtémoc Velázquez, quien ya tiene amarrada la candidatura por el PRD, pero a la que podrían sumarse otras fuerzas políticas. *** En Misantla, mientras tanto, en los últimos meses se ha dejado sentir, con mucha fuerza, la presencia del empresario Rubén Darío Carrasco, originario de Juchique de Ferrer, quien ha mostrado su disposición para ayudar a los sectores más necesitados. *** Bien dice el dicho que “para uno que madruga, otro que no duerme”. *** Pareciera que estaba destinado a seguir los pasos de su padre. Francisco Navarrete Abraham, hijo de Francisco Navarrete Serna, fue asesinado a balazos este domingo, mientras se encontraba en el interior de una camioneta, estacionado a orillas de la carretera federal 145, en el municipio de Tierra Blanca. Su padre había sido ejecutado apenas una semana antes. *** En 2016 padre e hijo fueron detenidos y a ambos se les señaló de encabezar una banda del crimen organizado. La causa penal 45/2016 los relacionó con la desaparición forzada de cinco jóvenes originarios de Playa Vicente cometida el 11 de enero de ese mismo año. *** Tres años y medio después, en agosto del 2019, Francisco Navarrete Serna y su hijo salieron del penal de máxima seguridad de Gómez Palacio, Durango, luego de que sus abogados exhibieron “errores” cometidos por la entonces Procuraduría General de la República. *** Navarrete Abraham estuvo presente la noche del 29 de mayo, cuando se registró el ataque en el que murió su padre, pero casualmente en ese momento había entrado a uno de los baños del salón de fiestas, lo que le permitió saltar una barda y darse a la fuga en el momento que escuchó las detonaciones. *** Poco tiempo le duró la suerte. Una semana después los sicarios dieron con él y ahora sí no fallaron.
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