Ruizcortinadas.
Gustavo Adolfo Iram Ávila Maldonado.
 

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Una noche enn el Hotel Hawái
2017-07-24

Sacó su teléfono y le marco nuevamente a su amiga.


-No me contesta, me manda a buzón yo creo que se fue a México a ver a su mamá.


-Entonces nos tendremos que regresar -le dije resignado, mirando el reloj.


-¿Y si nos quedamos? -me dijo con una mirada pícara. Mi mamá me espera hasta mañana.


-Será difícil encontrar habitación, en Semana Santa todo está ocupado.


-Vamos a buscar, quiero quedarme, si no encontramos hotel nos quedamos en la playa, sería muy romántico.


A ella nada se le dificultaba, tenía una mente abierta. La última vez que me había quedado en la playa era en mi época de estudiante de preparatoria, había ido con unos amigos a pasar las vacaciones de Semana Santa, y no encontramos habitaciones en ningún hotel, ni siquiera en los hoteles de paso, y nos quedamos en la playa, se justificaba con el modo de pensar de Gaby, efectivamente, ella estaba en su época de preparatoria, y quedarse en la playa para ella no significaba un obstáculo.


Pague la cuenta y corrimos tomados de la mano hasta donde me había estacionado, empezamos el recorrido por los hoteles. La lluvia arreciaba. 


Efectivamente todos los hoteles estaban llenos, y había muchos turistas en lista de espera en cada uno de ellos. 


Después de preguntar en todos los hoteles me di por vencido y estaba por dirigirme a una playa solitaria que conocía ,  en donde me había quedado cuando estudiante, aunque era posible que ahora no fuera solitaria Playa del amor, antes de tomar la carretera hacia Antón Lizardo en donde se encontraba aquella playa, quise hacer un último intento, me estacioné frente al Hotel Hawái, una construcción en forma de pirámide, a un lado de La Parroquia del Malecón, en pleno centro de Veracruz y para sorpresa de nosotros había una habitación que se acababa de desocupar, y ahí no había turistas en lista de espera  como en los otros hoteles, la habitación estaba en el último piso, exactamente en el vértice de la pirámide.


La habitación rodeada de ventanales contaba con un jacuzzi, eso le encantó a Gaby, los dos estábamos empapados, ella se quitó su ropa y me invitó a que lo compartiera con ella.


-Tienes que bañarte, sino te va a hacer daño -me dijo cariñosa.


-Tápate con esa toalla, como yo, y metete.


Seguí su consejo, me despojé de mi ropa y me metí cubriéndome con la toalla.


-¿Quieres que te enjabone la espalda?


-Gracias bebe...-le conteste un poco ruborizado...


Al rato estábamos jugando con el jabón y las toallas quedaron a un lado.


Afuera la lluvia pegaba inmisericorde contra los cristales.


Después de estar dos horas en el Jacuzzi, nos recostamos en la cama matrimonial abrazados escuchando la lluvia, fue una increíble noche de locura en Semana Santa que jamás podré olvidar, fue una de las más bellas experiencias que he tenido, lo más seguro es que tarde o temprano Gaby y yo nos separemos, pero este recuerdo será imperecedero y vivirá conmigo siempre.

 
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