Solo quería una vida normal». Lo dice Sergei Polunin en un momento de «Dancer» (Karma Films), el documental dirigido por Steven Cantor que se acaba de estrenar en los cines españoles. La película se centra en la figura de uno de los más fascinantes y controvertidos personajes del mundo de la danza que, a sus veintisiete años, tiene tras de sí una historia de gloria, autodestrucción y redención. La montaña rusa que ha sido la vida de Sergei Polunin se refleja en este documental, que viaja hasta su infancia para conocer los orígenes y las circunstancias que le llevaron a su temprana autodestrucción.
Sergei Polunin nació en Ucrania en 1989 y con trece años se trasladó a Londres, a estudiar en la escuela del Royal Ballet. Tras entrar en la compañía en 2007 y ascender en tan solo tres años a la categoría de Primer Bailarín -con solo 19 años se convirtió en el más joven de la historia de la prestigiosa compañía-; allí se convirtió en una estrella. Los focos del mundo de la danza se centraron en él; sus actuaciones eran seguidas por cientos de fieles, los críticos se deshacían en elogios y se le comparaba nada menos que con Rudolf Nureyev, tal era la perfección de su técnica y la fiereza de su baile. Logró varios premios, entre ellos la medalla de oro del Prix de Lausanne. Pero en 2012, con solo 22 años, Sergei Polunin anunció su sorprendente retirada. El bailarin ucraniano adujo entonces que «el artista que llevo dentro estaba muriendo» y que se sentía profundamente desgraciado.
¿Qué pasó para que uno de los artistas más prometedores del mundo del ballet decidiera bajarse de la cima? Detrás de su decisión hay una historia de frustración personal y de mala asimilación de la fama. Fue su madre la que se empeñó en trasladarse a Londres para que Sergei estudiara ballet -como refleja el documental-, pero con ello provocó una inestabilidad familiar que derivó en el divorcio de los padres del bailarín.
Sergei Polunin no aceptó la nueva situación familiar; a ello se sumaba la fama mal asimilada y la presión del lugar de privilegio que mantenía en el mundo del ballet, que le obligaba a mantener una estricta disciplina. El bailarín combatió entonces sus depresiones con excesivas salidas nocturnas -aireadas por él mismo a través de las redes sociales, y aceptando el papel de «chico malo» que los medios de comunicación le adjudicaron-; con la bebida, primero, y más tarde con la droga. Sergei Polunin ha reconocido que llegó a subir al escenario para bailar «colocado» y bajo los efectos de la cocaína. «Decidí seguir la corriente a los medios de comunicación -dice Polunin-, aunque, en realidad, hizo que todo fuera más difícil porque a raíz de esa imagen nadie quería trabajar conmigo; las grandes compañías preferían trabajar con alguien más seguro y predecible. Básicamente estaba cavando mi propia tumba».
Al tiempo, el bailarín exhibió su rebeldía llenando su cuerpo de tatuajes, algo prácticamente proscrito entre los bailarines de ballet; entre esos tatuajes -tiene más de una docena- la imagen de Heath Ledger como Joker en uno de sus hombros; las cicatrices del zarpazo de un tigre en su pecho; un «kolovrat», símbolo eslavo pagano, en su estómago; la imagen de la parca en su costado derecho, un lobo, recordando su primer papel como primer bailarín en «Pedro y el lobo», en su cintura; el símbolo de la bandera chechena en su costado izquierdo; la iglesia donde fue bautizado en su espalda; o una frase (con errata incluida): «I am not a human. I am not a god. I am hwo I Am» («No soy humano. No soy un dios. Soy quien soy»).
En su hombro izquierdo, Sergei Polunin lleva, bajo el nombre de James Dean (el «Daily Telegraph» le bautizó como «el James Dean de la danza»), la imagen de Igor Zelenski. El que fuera una de las estrellas del Ballet del Kirov y uno de los grandes bailarines rusos de las últimas décadas rescató a Polunin del infierno y le devolvió la alegría de bailar. Con él trabaja en el Teatro Musical Académico de Stanislavski y Nemirovich-Danchenko de Moscú, donde ha bailado los papeles protagonistas de los grandes clásicos: «El lago de los cisnes», «Giselle», «Coppelia» o «Don Quijote». «Ahora -ha dicho- estoy en el momento en el que me hubiera gustado estar cuando tenía 19 años. Estoy en el camino correcto. Solamente deseo que no sea muy largo de recorrer para conseguirlo».
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