Ahí en la prisión, Miguel, que era un humilde pastor en Orihuela que pudo tener acceso a la preceptiva poética gracias a un amigo más pudiente que él, Ramón Sijé, a quien le dedicó una elegía que lo hizo famoso en el Madrid de los años 30 del siglo pasado y en todo el mundo de habla hispana.
Invito a que busquen en las redes la biografía de este poeta excepcional, porque su vida enseña tanto como su obra.
Pero esta vez solamente acudo a una parte de un poema tan excelso como desgarrador, tan hermoso como dolorido.
Vean: Miguel estaba en la cárcel y su mujer, Josefina Manresa, le escribió diciéndole que sólo había tenido para comer ese día una cebolla y un pan, que le valieron apenas para seguir amamantando a su hijo Manuel Miguel (el primer vástago, Manuel Ramón, se les había muerto entre las miserias de la guerra civil).
Nuestro héroe, que apenas tenía para comer en el encierro franquista, solamente pudo mandarle como respuesta una canción de cuna que escribió en unas hojas de papel sanitario.
Así nació Nanas de la cebolla, una obra desgarradora y al mismo tiempo llena de candor, de orgullo por el hijo.
Parece mentira que en esos versos del dolor pueda caber la risa, que Miguel usó para escapar de sus miserias:
Alondra de mi casa
ríete mucho,
que es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que el alma al oírte
bata el espacio.
Y le dice también a su bebé hambriento y pobre:
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.
Pero oigan esto:
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Y vean nadamás que final:
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Miguel Hernández, 1910-1942. Y nunca fue candidato...
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