Cuando llegó a la presidencia, el jarocho se encontró con dos cosas: un tiradero y un cochinero.
A partir de ahí, empezó un trabajo de limpieza y de zurcido fino que le permitió mantener con vida y aliento al priismo jarocho, detenerlo en su caída estrepitosa y establecer las condiciones que le dejen la esperanza de revivir de entre las cenizas de su propia consumición, como el ave fénix, en un futuro no tan lejano.
En verdad que el entusiasmo tricolor de Marlon Ramírez es notable. Gracias a su convicción, a su enjundia priista y a un trabajo agotador, consiguió ir bordando un entramado que sirviera como base para la próxima refundación - no hay de otra- y el resurgimiento del priismo como un concepto político y como una presencia electoral.
Su método, por lógico, ha resultado de alta eficiencia, porque empezó por abajo. Con toda paciencia, el dirigente estatal fue armando y/o recomponiendo las células fundamentales del partido, los comités directivos municipales, que han rescatado a los priistas de corazón que a lo largo de su larga historia sostuvieron el poder real del partido, los votos que hacían ganar.
No faltan las hienas que empiezan a ver qué la carroña ha mejorado, y ya quieren zopilotear al presidente, pero aún le queda tiempo en los estatutos y en la fuerza personal para seguir avanzando en la reconstrucción.
Al final de cuentas, la historia le reconocerá a Marlon Ramírez su sacrificio y su gran esfuerzo.
Y volverá a haber un PRI...
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