Decididos a destruir las instituciones que les permitieron hacerse del gobierno, en el régimen de los “tetratransformados” ex priistas, ex perredistas y ex panistas gobernantes no tienen empacho alguno para mentir, para negar corruptelas del tamaño de un océano cometidas a plena luz de día. Comenzando por el propio presidente de la República, que a pesar de ello es capaz de repetir la cantaleta de que “no son iguales” a sus antecesores, cuando con su conducta demuestran que son realmente mucho peores.
Todo esto tiene al país en un brete de enorme riesgo. Mientras que para lograr la inocultable restauración autoritaria que ha puesto en marcha, el gobierno de la “4t” mina las instituciones que la sociedad construyó para aspirar a llegar a una verdadera democracia, la población se divide cada vez con mayor virulencia, la intolerancia campea y muy fácilmente se convierte en violencia de todo tipo, desgajando un escuálido tejido social cuyas hebras se desatan y se convierten en descalificación hacia quien disiente, en odio al que piensa diferente, cancelando con ello cualquier posibilidad de diálogo, acuerdo o razón.
Lo acontecido este fin de semana en torno del engaño descomunal de la consulta de revocación de mandato, el enorme cúmulo de ilegalidades cometidas por autoridades de todos los niveles de gobierno con total desfachatez, y que además tienen el descaro de negar como si los ciudadanos fuéramos estúpidos, da cuenta de una realidad ominosa: en México hay un estado de Derecho fallido, que ha sido derrotado por una cultura de la ilegalidad prohijada además por los que juraron respetar y defender el orden constitucional. Por esos farsantes que prometieron desterrar la corrupción y, por el contrario, la han afianzado como su praxis política y personal.
Mientras el país se desgarra por la violencia y la inseguridad, el secretario de Gobernación y las fuerzas armadas desvían recursos para proselitismo político; no hay recursos para infraestructura de comunicaciones, se carece de medicamentos en las instituciones públicas de salud y se retiró el presupuesto para la investigación científica, pero en cambio se derrocha dinero público a manos llenas para acarrear personas a concentraciones masivas irresponsables y sin sentido. Todo para alimentar las ofuscaciones del megalómano de palacio.
Y lo más doloroso es constatar que el chantaje, que el soborno disfrazado de programa social sigue siendo una herramienta de control social y político tan efectiva, que mientras el barco se hunde, los tripulantes agradecen que se van a ahogar.
La lógica de la perdición de un país.
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