Pero López Obrador sabe que Marcelo Ebrard no defendería (con la vehemencia que él lo hace), a los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua; tampoco respondería con palabras intensas (como el propio AMLO lo hizo), al parlamento español por opinar sobre asuntos mexicanos.
Ebrard no es AMLO, pero Adán Augusto y Claudia Sheinbaum prácticamente lo son. Cualquiera de los dos últimos le garantizarían tranquilidad a él y su familia, así como a la mayoría de sus colaboradores. Su actual canciller no le significaría lealtad total, lo sabe, pero le daría mayores posibilidades de competencia frente a la oposición.
¿Decidirá López Obrador por las mejores opciones de Ebrard en las últimas encuestas o continuará con su idea de impulsar a Sheinbaum?, ¿optará por la salomónica estrategia de ir con el “bat de aluminio” para no tener que escoger entre el puntero o su “delfín”?
Las prioridades de AMLO pasan por buscar aparecer en los libros de historia como el presidente que logró dejar a una mujer como sucesora, aunque con ello pudiera poner en riesgo la libertad de algunos familiares, amigos y colaboradores después del 2024, porque de acuerdo a documentos en Palacio Nacional, la oposición unida (incluyendo a MC), estaría en condiciones de lograr la alternancia, siempre y cuando Lilly Téllez, Santiago Creel o Miguel Ángel Osorio estuvieran al frente.
Aquella noche AMLO se llevó la encuesta a su recámara y regresó al día siguiente sin ella en el brazo, sin hablar algo al respecto, ¿habrá tomado una decisión, continuará esperando o hará caso omiso? Ya veremos.
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