Un presidente enfurecido con su subsecretario de salud, Hugo López-Gatell, a quien nunca encontró una salida digna que le permitiera gritar y afirmar en una mañanera (ante todos y contra todos), que tenía razón al haber sostenido al cuestionado doctor, pues hasta los organismos internacionales se lo acabaron arrebatando.
Un presidente enfurecido con su titular de partido, Mario Delgado, quien cobijado en pretextos y justificantes, no logró sostener la mayoría en San Lázaro, situación que a la postre lo llevó a perder la aprobación de su reforma eléctrica. AMLO evita verlo y hay quienes dicen que ya piensa en su relevo, en la figura de César Yáñez, quizá.
Un presidente enfurecido con aquellos a quienes encargó doblar al INE y no pudieron, lo que derivó en una consulta revocatoria pobre. “La consigna era fácil, someter a Lorenzo Córdova y a Ciro Murayama, y no lograron darle ese regalo a Andrés”, me comparte una persona que todos lo días trata con el tabasqueño, justo antes de cada conferencia matutina.
Un presidente enfurecido con Ricardo Monreal, Adán Augusto López y Marcelo Ebrard, por no permitir que Sheinbaum crezca en sus números. “Tenían una tarea: sumar y alinearse a la decisión de Andrés, y optaron por impulsar sus proyectos personales”.
Un presidente enfurecido con el periodismo crítico, con aquel que prácticamente de manera diaria hace que la boca se le amargue. Sin embargo, más allá de muchas cosas, AMLO está fúrico consigo mismo, porque el sueño de poder por el que tanto luchó se le va de las manos sumido en el encono diario, en el reproche constante.
La batería de calmantes se engrosa y acumula en los estantes de Palacio Nacional. Un presidente enfurecido con todos.
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