Y ahora le encima su certeza ensoñadora de que el pueblo bueno y honrado le va a dar todas las mayorías en las cámaras para que sus sucesores puedan hacer su santa voluntad (¿como la de pedirle que regrese al poder, convertido en un Santa Ana del siglo XXI?).
Pero el Patriarca está cometiendo el error de todos los aspirantes a preservar el poder para siempre. Se siente seguro, demasiado seguro de la efectividad de sus programas sociales-electorales, y por tanto está cometiendo el pecado capital de los sátrapas: el exceso de confianza.
La historia de los dictadores que cayeron estrepitosamente en todos los ámbitos de la humanidad recrea siempre el mismo esquema: se sintieron supremos, empezaron a mentir y mentirse para suplantar a la realidad, dejaron de escuchar a sus consejeros inteligentes, alejaron a sus seguidores realmente fieles y se dedicaron a cometer errores garrafales que los hundieron definitivamente y sin remedio.
Para empezar, los 25 millones 669,508 beneficiarios no se corresponden necesariamente con el número de votos. Y es porque hay muchos que están en dos o varios programas a la vez. El número efectivo se reduce a 20 millones, que sigue siendo una cifra alta, pero que se debe restar en el terreno de los sufragios porque hay muchos beneficiarios que son menores de edad y no votan, como la mayoría de los 4 millones y medio de estudiantes del nivel medio que reciben su beca (y resulta que muchos de esos muchachos son hijos a su vez de padres que gozan de un apoyo social).
¿Cuántos votantes debemos quitar de la suma alegre de AMLO por la minoría de edad? ¿Les gustan dos millones? Así, ya van quedando 18 millones, todavía muchos, pero ya no definitivos, como cree el Mesías tropical.
Y de esos 18 millones de beneficiarios hay una pregunta que se deberían hacer los morenos, una pregunta que se deberían contestar con toda honestidad: ¿cuántos creen que votarán en contra de la 4T porque reciben lo que les dan, pero votarán por el PAN (o por el PRI, o por el PRD, o por MC o por candidatos independientes)?
La confianza mató al gato.
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