Aquellos que pagan impuestos, brindan seguridad social, dan empleo y contribuyen al sostenimiento de este país.
Juan, nombre usado para proteger su verdadera identidad, vive en un municipio de la zona sur de Veracruz, un lugar del que se ha apoderado la delincuencia desde hace ya varios años, en donde el cobro de piso, las cuotas y extorsiones han sembrado el terror de tal suerte que el máximo sueño de los habitantes de ese lugar es vivir algún día fuera de México.
¿Qué tan grande debe ser el dolor y el agravio de alguien que lo dio todo por este país, apostando a la formalidad comercial para desear no concluir sus días en él?
Como todo empresario Juan necesitaba de vez en cuando hacer uso de créditos para apoyar su negocio de muebles, siempre cumplido, siempre pagador, hasta que la inseguridad le arrebató hasta la paz de su familia, fue entonces que no pudo completar las mensualidades y entonces se acercó al banco para explicar el caso y pedir ayuda para seguir pagando, pero conforme a lo que para ese entonces podía.
Lo que recibió fue un portazo y la advertencia de pagar a la brevedad bajo pena de embargo, “revise su contrato ahí lo dice todo” -le dijeron- si se atrasa con un pago procederemos al vencimiento anticipado del plazo.
Es decir que, si alguien tiene cinco años para pagar una deuda, ese plazo queda sin efecto si se atrasa, pues entonces el acreditante tiene derecho a reclamar el total del pago sin necesidad de esperar los cinco años, o sea hay que pagar todo de ‘jalón’.
Con la lógica absurda de, si no se puede pagar un mes, ¡mucho menos 40 juntos! La inexistencia de planes de pago adecuados al contexto que vivimos, la dureza de las leyes, pero sobre todo la indiferencia de quienes como en este caso, la Corte, emiten criterios judiciales que ponen de rodillas a los caídos en cartera vencida permiten llevar a la quiebra a cualquiera.
Fue ese el motivo por el cual, con dos meses vencidos el banco llevó a Juan a los tribunales para reclamar una deuda que pronto se convirtió en millones, le embargó la mueblería, los muebles, un rancho, (casa no, porque no tenía); y le congeló todas las cuentas bancarias a su nombre.
Le cerró la puerta en seis bancos, y le bloqueo la propia cuenta que tenía con ellos abierta para impedir depositar abonos a la deuda, con la premisa de no recibir “paguitos” pues no son ‘aboneros’…
Para ese entonces, con la delincuencia organizada y la de cuello blanco encima de él no tuvo mas que cerrar su negocio, y esperar en la calle al actuario que fue a embargar, ahí en la banqueta les pidió embargarlo a él, que era lo único que ya le quedaba, pues con todo lo que le quitaron no podía ya ni trabajar para obtener dinero, y pagar la deuda.
Así, aquel próspero empresario mueblero luchador, cumplido y trabajador, hoy solo puede aspirar a ser vendedor ambulante.
En qué país vivimos que el ciclo termina al revés; pues en lugar que el ambulante se establezca, es el formal el que termina en la calle.
No se hará la justicia con exponer su historia, pero si ayudará dar a conocer estos casos para organizarnos como sociedad en reclamo de lo que es justo.
Seguir permitiendo a los bancos estos excesos es empujarnos a todos al abismo en donde hoy unos, pero mañana otros; serán los que caigan en las garras de la dictadura del dinero, si no hacemos algo a tiempo para evitarlo.
Una reflexión final es no confiarse, pagar es lo importante pero una adecuada defensa legal es siempre lo urgente, si no, peor nos hacen ‘picadillo’.
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