En esa decena que sigue y sigue aumentando en su número sin parar, cabe todo tipo de personajes, la mayoría sin el menor conocimiento de la ciencia política y la administración pública, pero cargados de dos elementos que han empedrado desde siempre el camino del infierno: el supuesto sentido común y la buena intención.
Ese creciente número de xochilistas convencidos, de contumaces expertos en puntos de vista, ha tomado para sí, de manera personal cada uno, la tarea de asesorar a la aspirante. Y lo hacen a todas horas y en todas las jornadas; desde las charlas informales en la sala de su casa o las pláticas de café con los cuates y las amigas, hasta los mensajes de texto en WhatsApp y X (antes Twitter), las fotos y los memes en Facebook, los videítos en Tik Tok.
Todos están absolutamente convencidos de que tienen la razón y además poseen la idea genial que llevará a la senadora hasta el pináculo del éxito (aunque olvidan que ya está allí); todos saben de cómo debe comportarse Xóchitl más que ella misma; todos tienen algo que enseñarle a la candidata que ella aún no sabe (y que ellos tampoco, pero en fin…).
Y de los 15 millones más 2 personas, quite usted a estas últimas (usted y yo) y quedarán otros tantos jefes de campaña de la flamante Coordinadora del Frente Amplio por México; otras generalas y otros generales para lo que viene; otros tantos representantes universales, cada uno, de Xóchitl -así a secas y de tú- y los únicos que pueden y deben tomar decisiones sobre el futuro inmediato de la futura próxima candidata y del equipo que conformará en su apoyo.
Lo bueno es que hay dos personas que simplemente apoyan a Xóchitl. No son ni jefes ni sabios. Son simplemente ciudadanos con la mejor de las voluntades en favor del país. Irán el 2 de junio de 2024 a votar por ella e invitarán a sus amigos, familiares y vecinos para que hagan lo mismo.
Esas dos personas somos usted y yo.
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