Pueblo sin Alameda. Pueblo de sol, reseco, brillante. Pilones de cantera, consumidos, en las plazas, en las esquinas. Pueblo cerrado. Pueblo de mujeres enlutadas. Pueblo solemne.
(Agustín Yáñez, Al filo del agua).
Pueblo con Plaza Américas. Pueblo de niebla, húmedo, oscuro. Pilones de gente, consumidora, en las plazas, en las esquinas. Pueblo comprado. Pueblo de mujeres enfiestadas. Pueblo avorazado. Pueblo medio vacunado e indemne.
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(Nuestra realidad).
[Cada año y por estas fechas, hago el ejercicio de publicar una versión de este texto sobre el peligro de gastar sin medida nuestras gratificaciones de fin de año; cada año, acudo a don Agustín Yáñez y su poderosa novela para encontrar el tono adecuado que se debe usar en este tema; cada año, optimista irredento, pienso que algo voy a lograr para evitar que cuando menos alguna persona gaste de más y en lo que no debe; cada año…]
Es la época del dispendio y el derroche, tal vez ahora más que nunca, ante la amenaza sin par de un Gobierno que nos tiene asolados por los cuatro vientos, que tiene destrozadas las finanzas de todo el mundo, que nos ha traído la más sentida de las desgracias, que es la desgracia de la salud, y con ella la financiera, la ideológica, la social, la humana.
Es una crisis que tenemos que enfrentar entre todos y que no es solamente de política y administración, sino peor, porque pasa en un mundo de violencia, de crimen, de muerte.
Para poder seguir siendo país, sociedad, gobierno, hay que añadir la esperanza de un año más bonancible, a pesar de las medidas anunciadas.
Los buenos deseos: se acabará la violencia, ganarán las genuinas manifestaciones del pueblo, seremos felices, no habrá cambios, sí habrá cambios, seremos más felices…
Pero acá: las colas en las cajas de los negocios que son de Carlos Slim y de algunos otros resultan inéditas, como si en lugar del cataclismo estuviéramos en la bonanza; como si el aguinaldo que pronto estaremos gastando no tuviera que ser utilizado ahora sí, en serio, como la tabla de salvación para evitar el flagelo de la inflación, el acoso de los bancos, la usura sin igual, la cobranza salvaje, el embargo, la pérdida de bienes.
Como si no pasara nada, como si no hubiera un país devastado, saqueado, mucha gente se arremolina en las plazas con cierta ansiedad, con prisa por llevarse la prenda nueva, el accesorio de moda, el regalo para los seres cercanos en el afecto o en la nómina. Es que muchos piensan que será su última oportunidad de comprar en la vida, porque temen que lo que viene será la miseria inmisericorde, la misericordia miserable, la inconmensurable miserabilidad.
Y la muerte no cesa. Ahí sigue Acapulco devastado por la abulia presidencial.
Yo no sé cómo logran llegar a las tiendas entre tanto vehículo que impide el acceso, sin un lugar donde estacionarse, arremolinados ya desde la misma calle. Pero ahí están, en las tiendas, disputando al mejor postor la prenda moderna, el vestido sin igual, las miles de fruslerías que al parecer hacen apacible la vida
Ahí los vemos: buen espectáculo el de los veracruzanos de toda laya (y hasta algunos que se hace pasar por veracruzanos) arremolinados ante los aparadores, dándole vuelo a la tarjeta de crédito, comprando ahora y pagando hasta marzo (cuando ya sólo podrán echar mano del Monte de Piedad, por piedad), gastando hasta lo que no tendrán nunca, porque pronto todo pasará al poder de los que lo tienen todo ya.
Pueblo con Plaza Américas. Pueblo con tarjeta de crédito; con un arma suicida.
Pueblo de mujeres enlutadas…
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