En su largo discurrir partidista, Renato Alarcón se manejó como un estilista de la avenencia, como un adalid del diálogo y el acuerdo. Aunque tuvo varios motivos para ello, nunca fue un militante pasional o vengativo. Politólogo de carrera y poseedor de una memoria impresionante, se convirtió en uno de los mayores especialistas sobre la conformación regional de los liderazgos estatales, y a partir de ese conocimiento logró armar consensos y detener la caída del partido después de la pérdida de la gubernatura ante Miguel Ángel Yunes Linares y el PAN.
Por eso cayó como un balde de agua a los priistas reales, a los leales, a los convencidos (de convicción plena) la carta renuncia que hizo pública, con la dio a conocer su retirada del “PRI de Alito”. Muy importante esa aclaración que en su conceptuoso texto explica, porque su sorpresivo retiro se debe a tantas iniquidades que ha cometido el dirigente nacional.
Es muy probable que a la salida de Renato siga una cauda de renuncias de cuadros valiosos del PRI jarocho, con lo que terminaría de deshacerse lo poco que queda del partido que, sin embargo, tiene mano para determinar al candidato del Frente Amplio por México para ser Gobernador de Veracruz.
De quedar una persona con más de un dedo de frente como abanderada, lo que se revelará esta misma semana, seguramente una de sus primeras acciones será conversar con Renato Alarcón para convencerlo de que regrese a las filas del partido que ha enaltecido con su trayectoria impecable, y que aporte lo mucho que tiene para conseguir el triunfo de la oposición sobre un partido oficial ensoberbecido en sus incapacidades.
No sé qué diría Renato ni hasta qué tanto quemó sus naves dentro del partido que siempre había sido para él el único, pero sus servicios son y serían cruciales en la carrera hacia la transición que tanto le urge a Veracruz.
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