Ficto pesaba 65 kilos cuando decidió entrar al gimnasio del pueblo para modelar su cuerpo. Decir “gimnasio” es un atrevimiento de la imaginación, porque le decían así a un cuarto en el que don Pedro Barradas había puesto unos aparatos hechizos para hacer ejercicio, porque las pesas no eran tales sino dos botes llenos de cemento, empatados con un tubo galvanizado. Y así por el estilo.
Nadie sabía el motivo de la decisión de Ficto de hacerle al “Charcheneguer”, pero emprendió la tarea con gran entusiasmo y determinación, al grado que en unos meses ya podía levantar una pesa de 70 kilos (35 en cada bote), con lo que alardeaba de que era capaz de levantar más de su propio peso.
Lo que siguió es que nuestro héroe fue a ver al mejor talabartero de Naolinco, en donde había muchos y muy buenos, y resultó que era don Pepe Guevara, pariente suyo aunque se había quitado el “ladrón” de su apellido original. Al artesano le pidió que le hiciera un arnés que rodeara su cintura y del que salieran a cada lado sendos cintos de cuero.
Cuando don Pepe le entregó el adminículo a satisfacción, Ficticio llamo a todo el pueblo a la plaza central para que pudiera ser testigo del prodigio que iba a realizar el Pensador.
Llegó mucha gente, obvio, y cuando hubo suficiente parroquia Ficto subió al templete que estaba puesto frente al Palacio Municipal para las fiestas septembrinas. Se colocó el arnés, amarró los cintos laterales a cada extremo de la pesa de 70 kilos que había llevado, y anunció que como podía con ese peso, ¡se iba a levantar él mismo!
Los amigos que quedan vivos del ingenioso Ficto no quieren decir qué fue lo que sucedió con ese levantamiento, y el secreto sigue guardado en el cofre más cerrado de la historia naolinqueña.
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