¿O si como Juan el Bautista clama en el desierto: “¡Preparen el camino del Señor; abran sendas rectas para él!”?
¿Y si al igual que el primo de Jesús ella está segura -discípula amada y leal del Mesías tropical- de que [antes y] “después de mí viene uno que es más poderoso que yo; yo ni siquiera soy digna de agacharme para desatar las correas de sus sandalias; yo los he bautizado a ustedes con agua pero él los bautizará con Espíritu Santo”?
Muchos oyen a la primera Presidenta de la República y quieren hallar en sus palabras las líneas de un nuevo rumbo que se asoma, la prescripción de su dependencia, la ruta de su emancipación.
Pero tal vez ella no quiere más que seguir la línea estricta marcada por su factótum, por su hacedor, por su maestro, por su gurú.
¿Y si Claudia nunca engañó a Andrés Manuel y seguirá sus pasos estrictamente?
¿Y si los engañados son los que quieren adivinar en su discurso un asomo de libre albedrío, de una nueva ruta hacia la manumisión?
Como delfina y como candidata, la Sheinbaum fue perfecta en su sumisión. Tanto, que muchos dudaron de que fuera cierta y no una estrategia para ganar la voluntad del líder moral de Morena, del creador de la Cuarta Transformación.
“No puede ser que ella crea tanto en él. Es imposible esa fe ciega en un ser humano con tantos defectos y limitaciones, con tanta ira y sed de venganza, con tan pocos conocimientos”, se decían los analistas más profundos.
Pero, ¿cuál es la realidad? ¿Qué pruebas hay de que la Presidenta de México busca su propio camino, que se irá apartando del marcado por el Peje tabasqueño?
Hasta ahora los hechos dicen que la nueva mandataria seguirá el viejo sendero, que no cambiará un ápice la ruta de AMLO y que el segundo piso de la 4T será un nivel igual al de la planta baja, sin cambios ni modificaciones, con el mismo material y la fachada repetida.
¿Y si Claudia…?
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