Gracias a que logramos ponernos de acuerdo para vencer a animales más grandes y potentes, pudimos enseñorearnos de la creación. Esa cualidad magnífica nos permitió convivir en manadas, luego en familias, en tribus, en comunidades, en pueblos, en ciudades y en megalópolis, aunque es cierto que la convivencia se volvió más difícil y problemática al crecer el número de las aglomeraciones.
No obstante, hemos logrado sobrevivir en medio de los graves problemas sociales y ambientales que produce el apiñamiento, y ahí la llevamos con la vida como especie pendiente de un hilo y en el filo de la navaja.
Pero es que somos terriblemente sociales. Necesitamos del prójimo para hacer, para crecer, para medrar. Muchos -con mucha razón- tabulan su éxito no por las riquezas alcanzadas sino por la cantidad de amigos que han conseguido en su vida personal y profesional.
Y hay otra cosa: si concordamos con la mayoría de nuestros semejantes, terminaremos viviendo una vida mejor, más tranquila, más segura, más feliz. Una vida en paz que nos aleja de los problemas, de los conflictos, de las guerras mediatas o inmediatas.
Ponernos de acuerdo con los demás es una de las mejores formas de ahuyentar la violencia, que es el recurso más oneroso para la convivencia humana. Con el diálogo, la tolerancia y la comprensión se acaban los conflictos, los problemas, las guerras.
Es tan fácil y remunerador ser tranquilo y pacífico que lo contrario solamente se puede explicar por una enfermedad de la mente o del alma.
El problema que enfrentamos como personas únicas, es que la sociedad está enferma, y no se le ve la cura por ningún lado.
sglevet@gmail.com |