Y es muy conocida la frase atribuida a Napoleón, el emperador de Francia -no confundirlo con el cantante José María Napoleón, del merito Aguascalientes-: “Despacio, que llevo prisa”.
Si un poeta, si la sabiduría popular y si un conquistador del mundo hablan tan bien de los beneficios que aporta la paciencia a la hora de producir algo, considero que podemos sentirnos seguros cuando evitamos el apuro y las carreras.
Lástima que nuestros políticos actuales no leen a los grandes escritores; lástima que no abrevan en la filosofía que pervive en nuestra tradición oral; lástima que no toman de los hombres históricos los dones de su experiencia… lástima, porque se mantienen en su ignorancia supina y actúan a partir de ella.
Por eso hacer las cosas a la carrera se identifica más bien con olvidar la precisión, la certeza, la realidad. Y las hacen así los supinos, los estólidos, los estultos y todos los eufemismos que se expresan para no decirle a alguien que es tonto.
Por eso mismo les salen tan mal las cosas a los queridísimos diputados y senadores de Morena, que a cada ley que proponen y mayoritean le tienen que hacer una larga serie de fes de erratas y correcciones para adecentarlas cuando menos un poquito.
Yo no sé qué pensarán los dedos índices de los representantes populares del partido oficial, que se ven a cada rato levantados en favor de ocurrencias sin sentido, de ilegalidades sin rumbo, de estupideces palpables. Y lo mismo debe pasar con las palmas de las manos que aplauden esas victorias pírricas de las votaciones ganadas a fuerza de la sobrerrepresentación robada a la voluntad de los electores mexicanos.
Todo hace indicar que el Patriarca sigue mandando desde su solitario rincón en el Palacio Nacional o desde su tropical búnker tan lejano -si ya se decidió a dejar libre el departamento presidencial para que lo ocupe su sucesora, la misma que seguimos esperando que lo suceda-, y ordena con ese imperativo brutal que garantiza que algo saldrá mal hecho: ¡Rápido!
Si quieren gobernar mejor, con menos barbaridades, que alguien le(s) recuerde lo que decía Igor Stravinsky:
—¡Prisa! Nunca tengo prisa. No tengo tiempo para tenerla.
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