La obra poético-literaria se fraguó de manera ininterrumpida –según nos evoca el brillante periodista Noé Zavaleta- durante 29 días. Las únicas pausas y espacios para la escritura fueron las lágrimas y el desasosiego de los recuerdos.
Y es que mientras Irene Méndez era velada por familiares y amigos, en un rincón, Esther Hernández Palacios, su madre, no cesaba de repetir: “¿Qué le hicieron a mi niña?”.
En momentos en que eso ocurría, Fouad Hakim, el esposo de Irene, aparecía sin vida en un muladar, con el cuello cercenado. La autopsia reveló que lo dejaron desangrarse.
En paralelo ese 8 de junio se convirtió en un parteaguas para la sociedad veracruzana, que a lo lejos y de forma dispersa escuchaba de balaceras, ejecutados, cercenados, “levantones” y enfrentamientos en el norte del estado –que hace frontera con Tamaulipas–, en los Tuxtlas y en el sur...
La noticia de la ejecución de la pareja sacudió a Xalapa y cimbró a Veracruz.
Para la Secretaría de Seguridad Pública al igual que la Procuraduría de Justicia fue un día normal, como cualquier otro donde de cuando en vez ejecutan a un periodista, levantan a un empresario, secuestran a jóvenes para llevarlas a la prostitución, roban a niños para quitarles lo órganos y desaparecen ciudadanos so pretexto del combate al crimen organizado.
Ese es el Veracruz que nos ha tocado vivir en los últimos trece años, el mismo Veracruz que hoy es ring de los Zetas, los de Nueva Generación y el Cártel del Golfo.
La violencia es imparable.
Los criminales están desatados y en el día a día nos recuerdan páginas de horror como la en esta entrega nos ocupa cuando Veracruz se cimbró con tan tremenda ejecución de una joven pareja, descendientes de los Hakim y los Hernández Palacios, dedicados de vida a la academia.
Nos regresa al 2011 cuando se contabilizaban 14 muertes en la colonia Casa Blanca, al norte de la capital. También se desataron balaceras afuera del centro comercial Plaza Cristal y en el estacionamiento de Wall Mart, y hombres armados rafaguearon el Palacio de Justicia Federal.
Era el principio de la batalla campal –inédita en Veracruz- que daría como resultado los 10 mil desaparecidos durante los mandatos de la Fidelidad y del Duartismo.
El crimen organizado le había perdido el respeto a la “Atenas Veracruzana” y en el resto del estado circulaban noticias de embolsados en el sur, decapitados en el norte, enfrentamientos y abatidos en el centro, extorsiones y secuestros desde Pánuco hasta Las Choapas.
Fue en ese escenario que el matrimonio Hakim Méndez fue arteramente asesinado. Irene y Fouad ya descansan en un panteón de Bosques del Recuerdo, pero Esther Hernández Palacios, la académica y exdirectora del Instituto Veracruzano de Cultura en el sexenio de Fidel Herrera Beltrán sigue clamando justicia, igual que lo hacen cientos de miles que de pronto dejaron de ver a los suyos.
“Diario de una Madre Mutilada” –Premio Bellas Artes de Testimonio, “Carlos Montemayor”– es un grito de vida y resistencia en tiempos de guerra. Su autora, la madre de Irene, lo escribió con dos únicos objetivos: “Para seguir viva y para que ella (Irene) no se olvide”.
Esther Hernández sólo encontró refugió y consuelo en ese libro, cuyas 104 páginas fueron sus pilares para poder salir adelante.
Lo hizo, dice, “para poder seguir viva, aunque no tenga resignación y no tenga silencio. Lo que me pasó ha cambiado mi PH, pues antes tenía un sueño de piedra y ahora es frágil, despierto al menor ruido. Antes se me dificultaba llorar y desde ese 8 de junio lloro todas las noches”.
El viacrucis de dolor
Desde el crimen los días han pasado lentos, tortuosos y flagelantes para Esther Hernández, desde que su suegra le dio el aviso: “hirieron a tu hija”. Luego vino el reconocimiento del cadáver, la cremación y posterior entrega de cenizas de Irene, hasta el trance final de recoger, de propia mano, los cuadernos fotográficos, ropa y perfumes del departamento donde su hija comenzaba a construir su propia familia.
“Uno nunca piensa en la muerte de una hija. Yo, cuando pienso en la mía, me imagino en mi cama, rodeada de mis hijas y nietos, que rezan para ayudarme en el trance final. Así murió mi madre, así rezamos juntas alrededor de su lecho, para ayudarla a cruzar el umbral.
“Uno nunca piensa que a su hija de 26 años, en tratamiento para embarazarse, la van a asesinar una noche, haciéndole 6 agujeros en su cuerpo. Uno nunca se imagina reconociendo su cadáver. Nunca esperando en el crematorio sus cenizas.
“Quiero llorar hasta formar un lago en el que tu cuerpo ardiendo se apague. Yo no quería quemarte, yo no quería que las llamas te extinguieran. Después de unas horas, tengo en las manos una caja de madera. Esto queda de ti: polvo, cenizas. Son tu juventud, tu inteligencia, tu fuerza y tu belleza. ¿También cenizas se volvió tu amor? ¿Dónde estás realmente mi pequeña?”, reflexiona Esther Hernández en unos fragmentos del libro, que Apro (semanario Proceso) reproduce con permiso de la autora.
Esther Hernández admite que en esos días aciagos no cejó en la tentación de revisar los periódicos, las esquelas, las agencias de prensa, los noticieros de televisión. En la prensa también encontró cosas desagradables: el lucro del dolor, con sabor a raja política.
En aquel entonces el PAN protestó por el asesinato de Fouad Hakim, y hasta el entonces candidato a gobernador de ese partido, Miguel Ángel Yunes Linares, organizó una marcha para exigir seguridad. Hoy, ya como gobernador, el señor Yunes tendrá que volver a marchar ya que guarda la “percepción” de que sigue la violencia criminal.
“Fouad, mi yerno, no estaba afiliado ni a éste ni a ningún partido político, pero para los políticos mexicanos no existen límites ni barreras de ninguna especie. Todo puede entrar en su juego: incluso una cabeza cercenada puede servirles de balón”, dice Esther.
Más desagradable aún fue obligarla a participar en las reuniones del gabinete de seguridad sentada entre gendarmes, mandos navales, policías y burócratas en traje de alta costura. La exdirectora del IVEC escuchó a lo lejos –según narra en su libro– que el doble asesinato perpetrado por el crimen organizado no quedaría impune.
“Irene no murió en forma accidental. No hay por qué ocultarlo. Fue asesinada, porque en nuestro estado, nuestra región, están en guerra, y ella ha sido una víctima más”.
El de Esther Hernández es un libro terapéutico, intimista, visceral, caótico, abridor de heridas, que a su vez sirvió para cocerlas.
“Espero poder reconstruir mi corazón con los fragmentos que le quedan. Nunca será el mismo, lo sé, pero servirá si consigo que siga latiendo. Uno se las ingenia para caminar con un solo pie o vestirse con una sola mano, para abrazar a dos hijas y nietos con un solo brazo. Aunque dicen que nunca deja de doler un miembro mutilado”, reseña en su libro.
Son relatos del porvenir…
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo |