Los jefes de campaña elaboran plataformas creativas. Tratan de introducirle cientificidad a sus productos de comunicación. Elaboran un discurso para sus candidatos. El resultado, sin embargo, es el mismo. Hay un halo de mentira en la imagen y el discurso de los candidatos. En unos más que otros, eso sin duda. Parece que nunca ven sus defectos. Es como si la historia se escribiera a partir de esta campaña y se olvidan de las décadas que tenemos los ciudadanos decepcionándonos de los políticos.
Una y otra vez piden el voto para enterarnos después de que hacen una declaración de bienes que no concuerda con la realidad, que le compraron una casita a quien no debían, que tienen propiedades en el extranjero o tienen viviendo a su familia fuera del país, que reciben indemnizaciones millonarias por haber trabajado en un organismo público unos cuantos meses cuando la mayoría de la población padece penurias, lidia a diario con la carestía de la vida, con la inseguridad, con el horror de las fosas clandestinas, con los desaparecidos, con balaceras y asaltos a plena luz del día o simplemente no encuentran empleo.
La realidad y los contenidos de las campañas nada más no empatan. Y es tan fácil la fórmula para ganar: queremos simplemente candidatos honestos que cuando asuman el cargo sigan siendo honestos.
Pienso a menudo en el caso de Antanas Mockus en Colombia. El sui generis exrector de la Universidad Nacional de Colombia que perdió el rectorado por haberse bajado los pantalones y mostrado el trasero a una multitud ingobernable de estudiantes que no le prestaba la menor atención.
Después de este fallido gesto con el que intentó establecer el diálogo con los estudiantes y de que el presidente César Gaviria le pidió la renuncia, aceptó la candidatura a la alcaldía de Bogotá. Un profesor universitario que nunca había incursionado en la política. El escaso, muy escaso dinero con el que contó para su campaña lo compensó con imaginación. Criticó los discursos de los políticos tradicionales, pero no los sustituyó con otros discursos sino con mensajes nuevos, los que deseaba escuchar una ciudadanía cansada de la violencia y la corrupción. Utilizó un lienzo de tela en color rosa enorme como símbolo de la “tela de juicio” en que ponía el comportamiento de los políticos. Y así, con muy pocos recursos, porque como es comprensible los empresarios le negaron apoyo, ganó la alcaldía de Bogotá un matemático y filósofo. No sólo la ganó, la administró con honestidad e impuso el mismo comportamiento a sus subalternos. Tomó medidas para contrarrestar el clientelismo y el tráfico de influencias. Con campañas de comunicación eficientes provocó la conciencia ciudadana. Redujo las armas entre la población. Disminuyó casi 20% la tasa de homicidios. Transparentó el ejercicio del poder. Con una forma peculiar de gobernar convenció a los ciudadanos de que es posible gobernar con honestidad y que para ello se requiere también la participación ciudadana, que le otorgó el voto para un segundo periodo.
Antanas Mockus no es un extraterrestre y tampoco vivió cuando no había qué robar. Ganó su primera elección en 1995 y la segunda en 2001. Sólo demostró que la cultura ciudadana puede hacer mucho para hacer más habitable una ciudad. ¿Ven lo fácil que es hacer una campaña para ganar?
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