Las muestras estadísticas captadas mediante encuestas de amplio rigor metodológico tienen un sinfín de virtudes. Útiles para interpretar generalidades del comportamiento humano, pero jamás podrán llegar a detectar los verdaderos sentimientos de las personas encuestadas.
Sobre todo de aquellos que no son completamente sinceros.
Por ejemplo cómo se podría captar en las encuestas el control político institucional que se realiza, pese a estar prohibido y tipificado en la Ley y que se realiza mediante el cual es posible inducir, motivar o incluso obligar a determinados grupos de electores a votar por quien le conviene a quien controla y tiene los hilos del poder en sus manos.
Cómo medir en las encuestas el control político que realizan por debajo del agua en las urnas ciertos caciques regionales, alcaldes, diputados locales, federales y gobernadores.
Cómo podrían medir las encuestas la inducción del voto a través de dádivas económicas, despensas, láminas, ofrecimientos de trabajo, aumento de sueldos, dispensa de impuestos, y tantas y tantas maneras ilegales.
Cómo podrían medir las encuestas el caudal de votos que se inhiben por la renuncia ‘voluntaria’ u obligada de sus candidatos violentados impunemente.
Cómo medir la compra de votos, el turismo electoral, el ratón loco, carrusel, etc., etc., que aunque estos poco a poco desaparecen no se han erradicado del todo.
Y quizá uno de los puntos más importantes, ¿cómo podría medirse en las encuestas si las personas consultadas no desean que se sepan sus preferencias electorales?
El voto oculto cuenta y se cuenta.
En fin, hay demasiados elementos humanos, de usos y costumbres que no se consideran al computar los resultados matemáticos.
Así que no se confíe si quiere que su candidato gane, mejor salga y vote.
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