Quién duda que en el México de hoy muchas cosas deban cambiar. La lacerante e injusta pobreza y abandono de millones; la corrupción e impunidad en que se manejan los ejercicios públicos ineficientes, ambiciosos y soberbios; el deterioro ambiental; y la violencia que cala con sus miedos, que ensangrenta y resquebraja nuestro país.
A los representantes de Morena les corresponde la responsabilidad más alta en conducir y hacer realidad este cambio, pues tienen en sus manos la mayoría de los hilos que tejen la vida pública. Pero este mandato ciudadano de cambio no solo será realidad porque cambie el partido en el gobierno.
Se requiere la modificación de instrumentos institucionales y de instituciones. De funcionarios y servidores que estén a la altura de su reto, con una nueva visión, nuevos comportamientos y quehaceres que sostengan con ética y holgura las transformaciones por venir. Pero éstas no serán, sin el acompañamiento de un cambio de actitudes sociales y ciudadanas que se comprometan con las trasformaciones. Además de votar en cascada, de extender cheques en blanco, no se puede dejar de empujar desde todos los ámbitos por lograr hacer bien las cosas.
Asumamos este reto estando a la altura de sus exigencias. Estar a la altura será vigilar y demandar apego a derecho en la gestión gubernamental, asumiendo de una vez por todas nuestras obligaciones, esas que se abandonan fácilmente cuando nos afectan directamente, cuando ponen en riesgo nuestros privilegios o ventajas. Respetar la fila, no dar mordidas, estacionarse y conducir correctamente, pagar impuestos, ahorrar la luz y el agua, no tirar basura ni contaminar, estudiar y aprender, trabajar con empeño, evitar los riesgos, ayudar, evitar la violencia dentro y fuera del hogar, informarse y actuar.
Es un imperativo reconocernos en las convocatorias por los cambios, sumarnos desde donde nos encontremos con nuestros actos de trabajo, de vida política e institucional, desde las distintas opiniones, con las críticas que abonen, con propuestas diversas que enriquezcan el debate genuino para resolver asuntos difíciles, complejos, forjados en años de ejercicios públicos que aseguraron el enriquecimiento ilícito, el empobrecimiento, el abandono.
Romper dinámicas enraizadas no será fácil, habrá que hacer mucho para que salga lo mejor de una sociedad desconfiada, avasallada por mentiras y promesas incumplidas, que también ha jugado su papel en el fortalecimiento de muchas de nuestras taras. Esta sociedad que a contramano, ha podido mantener esperanzas e imaginarios alternos que en medio del caos, alza la voz y gana terrenos por derechos y libertades. Una sociedad que, en la riqueza de su pluralidad, deberá inhibir la intolerancia y las visiones fundamentalistas que reducen el escenario nacional a blanco o negro.
Insistir en lo mucho que tenemos que hacer conlleva asumir también lo que no podemos hacer. No deberemos reproducir nuestra apatía, la indolencia y falta de entrega por nuestros correctos comportamientos. Sorprendamos a los que arrogan la idea de que no podremos cambiar, que no podremos dejar de voltear la cara.
Somos los ciudadanos los que haremos posible el cambio si nos lo proponemos, exijamos que el gobierno cumpla la ley y sus promesas, respaldemos las acciones y proyectos que beneficien a la mayoría, demandemos un mejor futuro empujando y sacando de nuestras vidas todos los vicios y actitudes que tanto nos han dañado.
Solo entonces estaremos a la altura.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
“Nos dejaron a México convertido en un cementerio”. Oprobiosa realidad.
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