La sed incansable de poder, la ambición desmedida, le llevaron a ejercer una presidencia que dejó al PAN no dividido, sino hecho añicos.
El resultado de la elección fue claro y contundente. Si a eso le sumamos la inacción de distinguidos panistas durante el proceso electoral y los liderazgos que lo abandonaron, ya sea para irse con López Obrador, con Meade o por la vía independiente, dejan como saldo un panismo en crisis interna como tal vez no se le había visto antes.
Pero no contento con eso y ante la todavía posibilidad de que actúen legalmente en su contra, Anaya busca blindarse, aferrándose a su partido, vía Marko Cortés, para seguir teniéndolo como botín y tratar de utilizarlo como arma política.
Eso de que irá a dar clases y dejará la política, muy pocos se lo creen. Saldrá, eso sí, un tiempo de la escena pública en lo que se calman los ánimos y se olvidan las campañas, pero no dude que regresará. No se va a quedar así.
De concretarse una presidencia nacional panista dominada por el grupo de Anaya, mal futuro le espera a un partido que supo históricamente ser oposición, mantenerse fiel a sus principios y liderar la batalla por un México mejor.
Pero Anaya y los suyos no son ni de broma Gómez Morín, González Luna, Luis H. Álvarez, Luis Calderón, Castillo Peraza, entre otros mexicanos y mexicanas que amaron a México y antepusieron el interés superior de sus ideales al personal.
Por el bien del PAN y por el bien de una oposición responsable que México va a necesitar, las y los militantes deben pensar muy bien si retoman sus principios fundadores o terminan de desgraciar al partido entregándolo al grupo de Anaya.
Y del panismo Veracruzano ni hablamos. Este está mucho peor que el nacional. Sin remedio. |