Todos pagaban impuestos. Las tarifas por servicios públicos y los precios tardaban años sin aumentar o sucedían de manera apenas perceptible. También los salarios.
Vivían tan felices los habitantes de este mítico país que no advirtieron cuándo su situación cambió. Fue como despertar de idílico sueño y sumirse en espantosa pesadilla.
Bosques y fauna silvestre estaban al borde de la extinción. No se producían suficientes alimentos ni para consumo interno, todavía tenían petróleo pero la corrupción de funcionarios públicos había provocado que las gasolinas escasearan y subieran de precio hasta las nubes. Los ríos, lagos, lagunas y mares estaban tan contaminados que no había pesca y ni siquiera se podían aprovechar las aguas dulces. El exceso de industrias y automóviles envenenó el aire en las grandes ciudades a las que invadió un esmog permanente y la gente usaba cubre-bocas para poder respirar.
Millones de jóvenes emigraron hacia los Estados Unidos y otras naciones en busca de trabajo para subsistir y ayudar económicamente a sus familias porque en su país sufrían tremendo desempleo.
La moneda no valía nada en el extranjero. Los turistas de otros países dejaron de llegar por temor a la inseguridad. Las bandas del crimen organizado se repartieron el territorio nacional para secuestrar, extorsionar, traficar drogas, asaltar y robar a pacíficas familias.
Constituyeron de facto “un estado dentro del estado” y aterrorizaban con sus armas a quienes se atrevieran a oponérseles.
Las balaceras y vendettas entre pandillas provocaban miles de ejecuciones al año, incluyendo a personas inocentes.
El gobierno simulaba que gobernaba pero en realidad los altos funcionarios estaban coludidos con delincuentes. Si un violador, ladrón o asesino era detenido para aparentar que había justicia, a las pocas horas o días se le dejaba en libertad a pesar de que estuviera comprobado el delito cometido.
Esto irritó a la sociedad y se conformaron grupos para ejercer justicia por propia mano. Así, a maleantes capturados por el pueblo se les ejecutaba públicamente. Fueron linchados cientos, miles de culpables e inocentes. Los ajusticiamientos populares eran parejos.
El gobierno perdió la credibilidad y el control del país.
Apareció un día un nuevo gobernante que prometió devolver la felicidad, empezando por los más pobres. La sociedad se dividió en dos: entre los que no le creían y lo acusaban de farsante, y aquellos que confiaban en que sí los rescataría del atolladero.
Cualquier semejanza con la realidad, no es mera coincidencia… |