Desde ya lo idolatran millones de mexicanos. Escuché a una emocionada señora humilde que viajaba hacia la colonia Revolución en un autobús del servicio urbano, exclamar:
--López Obrador es un gran hombre, un valiente que no quiere que lo cuiden, ojalá que Dios y la virgencita lo protejan para que no le pase nada malo. ¡Es muy bueno!
Los pasajeros escuchábamos atentos la conversación entre la entusiasta mujer y sus acompañantes que también regresaban del mitin encabezado por AMLO.
El día de la toma de posesión, una dama que seguía la ceremonia por televisión, expresó conmovida:
--Siempre he criticado a este hombre. Pero creo que me ha convencido de su sinceridad y sus nobles intenciones. Empiezo a sentir admiración por él.
Antes de la llegada de López Obrador recorrí las calles de Enríquez, Lucio y Ávila Camacho. No vi acarreados como en otras épocas. La gente iba por su propia voluntad, a pie o en vehículo, hasta donde podían. La esperanza se notaba en las alegres caras de los asistentes a la magna concentración.
Encontré a priistas y simpatizantes de partidos distintos a Morena, a personas de diferentes estratos y no faltaron los que por curiosidad se acercaron a este evento político-social sin precedente que constituye un histórico parteaguas en la vida nacional.
Sólo me inquietan dos preguntas:
--¿Podrá cumplir las expectativas? ¿De dónde obtendrá dinero suficiente para ello?
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