Ambos dirigentes se han pronunciado contra el neoliberalismo. El EZLN irrumpe en el escenario nacional justo cuando desde el poder salinista se festejaba nuestro arribo al primer mundo, inaugurando una confrontación histórica contra el neoliberalismo, una bofetada de realidad proveniente de los lugares profundos de un México inexistente para la lógica del poder, cuyo icónico representante era paradójicamente presentado como producto de la modernidad, enlazada al mayor de los abandonos.
El olvido histórico de los pueblos originarios se rebelaba frente al mundo, construyendo imaginarios alternativos no solo en México sino mucho más allá de sus fronteras. Allí donde el olvido se había consolidado como forma de vida, surgieron los gritos de una inconformidad que exigía que se abrieran las puertas del reconocimiento de la existencia de los excluidos de siempre y también ahora, del proyecto que regocijaba a las élites neoliberales.
Corría el año de 1994, pero desde 1983, en la esquina más olvidada del país, la selva lacandona, se fraguaron las exigencias de movimientos indígenas que reclamaban nuevas formas de pensar y hacer un nuevo proyecto de país, que atravesaba por reconocerlos y reconocer los justos reclamos y las posibilidades de nuevas formas de relación para con las comunidades rurales indígenas.
En una ruta de eventos velozmente mediatizados, las Declaraciones de la Selva Lacandona, los comunicados del “Sub Marcos”, los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, visitantes y medios de todo el mundo, la Marcha zapatistas hacia la ciudad de México, pautaban los ritmos de una guerra que duraba poco en lo militar pero que se fortaleció como justa en el marco de un reclamo apoyado por las oposiciones a un régimen que, soberbio en su ruta modernizadora, ni veía ni oía.
En una ruta del tiempo paralela, desde dentro del poder político existente, surge el descontento político y social, también de esa confronta provocada por el avasallante arribo de los neoliberales a los puestos públicos y su lógica expoliadora, derivando en un movimiento político electoral que proponía posibilidades políticas de visiones distintas del país que se quería, en el que confluyeron desde convencidos de la izquierda mexicana hasta desilusionados del nacionalismo revolucionario.
El movimiento emanado el 6 de julio del 88, además de los impactos negativos y formas de un modelo económico excluyente, discute también los rumbos para la construcción de una democracia que no fuera la continuidad de una simulación, sino la apertura de vías creíbles para la manifestación política y el acceso a los gobiernos.
En ello se muestra el empeño de ideales y reclamos que llaman a construir una nueva nación, con la conformación de un polo político que asume los retos de un rompimiento y la construcción de una izquierda abierta a la discusión ampliamente convocante, que rescata los reclamos de justicia, el reconocimiento por los derechos humanos, la diversidad y la posibilidad de contar con una patria para todos.
Aún con orígenes diversos, ambas visiones, ambas demandas del EZLN y el PRD como la conformación política más fuerte de la izquierda de los 90’s), parecían ser compatibles en buena parte de sus diagnósticos y estrategias, lo que invitaba de manera natural a conservarse en sus diferencias, pero a fortalecerse al compartir una ruta de lucha contra el poder establecido.
Es así que en caminos paralelos se entrecruzan desencuentros. El EZLN y el PRD coinciden en puntos y aspiraciones que parecen diluirse en el tiempo, en momentos de definiciones que los zapatistas asumen como claudicaciones o traiciones ante decisiones perredistas.
La posibilidad de sumar y multiplicar en lugar de restar y dividir se fue malogrando cuando se enaltecen los egos, se desdibujan las coincidencias y se pierden las prioridades en la discusión de las formas, en el cómo se enfrentaban las condiciones del país, conduciendo a un rompimiento programático y a la descalificación del otro.
La ruptura mayor deviene en el 2001 cuando el PRD teniendo como figura central a Andrés Manuel López Obrador, aprueba las reformas constitucionales para reconocer los derechos y cultura de los pueblos indígenas, sin incluir los reclamos zapatistas del derecho a la autonomía y al autogobierno contenidos en los acuerdos de San Andrés.
Las oportunidades de reconciliación se malograron entre esa izquierda partidaria que proponía la lucha electoral y un zapatismo que, convencido de la pureza de su lucha, no veía con buenos ojos la figura ascendente de AMLO, encabezando las campañas electorales del 2006 y el 2012, boicoteadas desde el poder con todos los medios disponibles para contener el avance impetuoso del necio liderazgo, reconocido por amplios sectores sociales.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Sin retribución por sus servicios ambientales, al Pico de Orizaba solo le queda en total riesgo por el cambio climático el Glaciar Jamapa, uno de sus 5 glaciares originales.
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