El zapatismo siempre ha sido crítico sobre el liderazgo y la persona de Andrés Manuel López Obrador, lo que no le ha impedido manifestar su reconocimiento al apoyo popular que concentra. Como la declaración que hiciera el Subcomandante Marcos después de reunirse con él en julio de 1996, cuando lo refiere comentando que habría que mirarlo porque llegaría lejos, y cuando ha reconocido abiertamente sus triunfos electorales del 2006 y las más recientes del 2018.
Las posiciones políticas y las diferencias se hacen cada vez más evidentes, a medida que el zapatismo se radicaliza y Andrés Manuel se desdibuja en el espectro ideológico partidario de la izquierda, como estrategia para sumar adeptos.
Se cumple el vaticinio del Sub Marcos, Andrés Manuel ha llegado lejos; ahora es presidente de la república pero las descalificaciones del EZLN continúan.
Del “fascista” y “uno de los tres bribones del 2012”, ahora AMLO es señalado como “el loco, mañoso, que busca emprender la destrucción de los pueblos originarios”, dejándole en claro su rechazo a dos de sus proyectos: la construcción del tren maya y la guardia nacional. Señala también los rasgos autoritarios del nuevo presidente al decir que la construcción de una nueva religión se presenta con el advenimiento de un “nuevo pensamiento único”.
Desde el coto autoimpuesto de su pureza, la dirigencia del EZLN ha sido dura con la llamada 4T y la ambivalencia ideológica del discurso de AMLO, centrando en él su discusión, como la persona que traiciona y no merece confianza, criticando sin concesiones un movimiento que millones de mexicanos respaldaron.
El triunfador, el presidente, impulsa como urgente y necesaria la construcción de un nuevo rumbo histórico, reavivando la discusión entre liberales y conservadores como referente conceptual, en ocasiones irreconocible en la realidad de la gestión política y gubernamental. Se trata de otra estrategia de comunicación de masas que polariza para delimitar buenos y malos, una construcción discursiva que resguarda para sí el mejor de los bandos.
Lo peligroso de esta escenografía política es que la línea divisoria trazada por AMLO, olvida a numerosos grupos sociales, o peor aún, los clasifica en alguna de las dos únicas opciones sin que se correspondan. En esta lógica amloísta, el EZLN, asaz crítico del neoliberalismo, emblemático defensor de los derechos indígenas y de los pueblos oprimidos y abandonados, queda inexorablemente expulsado a la buchaca de los conservadores fifís, lo que es claramente un despropósito.
Con los meses y “las mañaneras” se va clarificando la pertenencia a alguno de los grupos, ya no es una clasificación ideológica, ni económica, es simplemente la primitiva máxima de “estás conmigo o contra mí”.
Habiéndose declarado en contra de las políticas y proyectos de AMLO ¿qué perspectiva se abre para el EZLN en el transcurso de este sexenio? ¿Hasta dónde habrá oportunidad para el acercamiento de estos proyectos que de origen han manifestado objetivos comunes contra el neoliberalismo? ¿Se privilegiarán las coincidencias en favor de una ruta de trabajo que mejore las condiciones de los indígenas agrupados en el EZLN?
Ojalá que el discurso de la mano extendida del presidente para la búsqueda de acciones de paz aún en la diferencia, haga realidad la construcción de puentes.
Se esperaría una actitud generosa desde el poder presidencial hacia los pueblos zapatistas, reconociendo el liderazgo de sus dirigencias, asumiendo como indispensable el diálogo entre el EZLN y AMLO. Es urgente atender sus demandas y carencias, y lograr el reconocimiento legal tantos años escatimado. Más aún porque tales asuntos se identifican con los valores y principios que ha enarbolado desde hace 18 años el actual gobierno y porque la memoria de la lucha política los registra a ambos en el mismo lado de la historia.
Evitar la cerrazón y las descalificaciones para abonar en la ruta de las soluciones. Allanar las diferencias para avanzar sin claudicar los principios, asumiendo que en el diálogo no hay victoria ni derrota totales. Es obligado de los líderes un mínimo de humildad y disposición para atender las profundas carencias en que viven, con altura de miras. Insistamos en la vía del diálogo para reafirmar las prácticas y compromisos democráticos que nuestro país merece tener.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
México perdió 3.2 millones de hectáreas de bosques entre el 2001 y el 2017, un 6% de su territorio forestal.
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