Los problemas cotidianos de violencia e inseguridad nos llenan la vida de miedo. Son la consecuencia de nuestras debilidades y distorsiones sociales e institucionales, las que han forjado el escenario de un país desigual, con índices crecientes de pobreza, derivados de un modelo económico omnipotente y expoliador y de un ejercicio público descompuesto y deshonesto.
Los avatares de nuestras condiciones están allí, mostrados en esta vida cada vez más irascible, más vulnerable, más desequilibrada y por tanto, de menor calidad.
Nuestros gobiernos e instituciones, de todas o de cualquier línea política, se enfrascan en discusiones abigarradas y sin sentido, obnubilados en la contemplación y defensa de su ombligo. Cegados por la soberbia o el prejuicio, acomodan sus responsabilidades en función de su idea del deber ser y del cómo hacer, bajo la perspectiva de prioridades poco claras y aún menos planificadas.
La reflexión y discusión del que hacer con los problemas ambientales, los planes y las acciones de gobierno, de todos los colores, pasan muy lejanamente ante la crisis profunda que pone en riesgo nuestra existencia misma como especie.
Un medio ambiente sano es un derecho fundamental, un derecho humano, pero por respeto a los derechos humanos entienden “los de ellos” no los de todos, los de los que les aplauden y votan por ellos, no de los que les gritan y los de los adversarios que piensan diferente pero son también sujetos de derecho.
Desde hace 20 años, en nuestra Constitución se reformó el artículo 4 para convertir en nuestro derecho fundamental, gozar de un medio ambiente sano, obligando a las tres instancias de gobierno a proveerlo, con el acompañamiento de la sociedad. Reconociendo que hay algunos avances, es realmente poco lo que se ha logrado en nuestro país para evitar el ecocidio. Nos comportamos como si dispusiéramos de otros dos siglos para revertir el deterioro en que nos encontramos.
Nada cambia las actitudes de nuestros gobiernos para hacer énfasis en una política pública ambientalista, para implementar procesos sustentables de desarrollo.
Desde la ignorancia y el desinterés, entre el modelo expoliador de nuestros recursos naturales y la ceguera por el futuro planetario, prefieren ignorar que nuestra tierra clama por cambios que nos den una oportunidad distinta a la que pareciera nos encaminamos de manera inexorable.
Los efectos del cambio climático están presentes, golpeándonos. Continuamos agrediendo nuestros recursos naturales en ese modelo salvaje, donde se pondera y gana la lógica de las ganancias económicas y del estilo de vida que privilegia el consumismo. El enriquecimiento del 10% de la población del planeta se sacude los intereses planetarios de sobrevivencia del resto. De ese tamaño es la ecuación.
Los glaciales se deterioran, los bienes ambientales se reducen y los siniestros como respuestas naturales se incrementan. Los avisos dados por los científicos sobre la degradación climática se queda en anécdota de café o salón de clases. Los del poder, económico o gubernamental que cada vez más son los mismos, son ciegos, sordos, mudos, imbéciles o suicidas.
Reclamar cambios de rumbo en beneficio de todos, de tirios y troyanos, no puede ser un ejercicio de retórica, no es ni puede ser una moda que vista de progresismo, es un derecho humano, solo una urgencia de vida o muerte. Movámonos, reclamemos, exijamos que nos escuchen y actúen en consecuencia.
Sumémonos a las convocatorias que buscan generar opciones y reivindiquen un mundo distinto. Por ejemplo desde Fridays for Future el movimiento encabezado por la activista adolescente Greta Thunberg ha convocado a 2 jornadas de protesta: el 20 de septiembre, la Huelga Internacional de Estudiantes por el Clima y el 27 del mismo mes una Huelga General Internacional por el Futuro de la Tierra. Busquemos alternativas siempre.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
En Veracruz una tragedia más: 58 ríos completamente contaminados.(La Vida, 2019)
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