Buena parte de la discusión pública, principalmente en redes, se traslada de lo político y económico, de lo geoestratégico, a un plano por demás banal pero asquerosamente despreciable, ubicándose en el asunto de su origen étnico, de su apariencia, desnudando el abigarrado racismo que en ocasiones de manera soterrada y en otras de manera directa, permanece latente en nuestra sociedad aparentemente tolerante y abierta. Qué hecho, qué manera de mirarnos como sociedad.
La intolerancia mostrada, más allá incluso de las filias o fobias políticas, se acentúa en los tufos de nuestras contradicciones, de nuestras intransigencias respecto a los otros, a los diferentes, esos mismos que caminan a nuestro lado, los distintos por piel, por sexo o preferencia sexual, por clase social, por forma de vestir o arreglo personal, por religión, por pertenencia política.
Al final damos cuenta que caminamos los senderos de la sinrazón, de asideros sociales con verdades excluyentes de aquello o aquellos que no coincidan y que mi cerrazón defina como lo verdadero, lo deseable, lo correcto.
En nuestro país ya se ha demostrado que el racismo es moneda corriente de vida, un estudio del INEGI del 2018 denominado “Módulo de movilidad social intergeneracional”, deja en claro la nefasta relación existente entre el color de la piel, su tono, en relación con las posibilidades de movilidad socioeconómica; los resultados del estudio son reveladores de una verdad sabida, contundente, a piel más clara mejores salarios y viceversa, a piel más oscura los salarios bajan.
El estudio también plantea la revisión sobre las oportunidades de contar con estudios universitarios y los datos nos deben de mover a la reflexión, 26.4% de las personas con piel más clara tienen estudios universitarios, 7.5% con piel morena los tienen, solamente el 3.3% de piel clara no tienen escolaridad, 6.8% de piel morena, ó sea el doble que los de piel blanca, no tienen escolaridad.
En lo relativo a la búsqueda de trabajo, en oportunidades de empleo, también la piel o los rasgos indígenas en nuestro país definen como se trata a los solicitantes: por ejemplo la petición de currículums para con solicitantes de empleo es mayor en un 18% para quienes tengan piel morena o rasgos indígenas, respecto a los de piel clara, los trabajos realizados también muestran esta relación por tono de piel.
Las percepciones de mejor futuro sobre su situación social y económica muestran las diferencias por tono de piel: los de piel más blanca son más optimistas que los de piel oscura en su percepción de futuro en comparación a su familia de origen.
La discriminación por la piel, los rasgos físicos o por cualquier otro elemento están ofensivamente presentes y parece en aumento en este ambientillo cada vez más caldeado de una polarización social que arremete con virulencia, invadiendo incluso el discurso gubernamental del presidente, con posturas de discriminación y rechazo hacia sus adversarios políticos.
Ningún tipo de discriminación debe tener cabida en nuestra sociedad, por lo que debemos estar obligados a reconocernos en la exigencia del respeto, de la tolerancia y la posibilidad de festejar y complacernos con nuestra multiculturalidad, nuestra multietnicidad.
Somos un país rico en su diversidad, pluriétnico y multicultural que para ser mejor debe asumirse en valores democráticos y en el reconocimiento de que es posible superar nuestros lastres y darnos la oportunidad de ser mejores como individuos y como sociedad.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Al presidente de Xalapa, ni como echarle la mano
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