Y eso sí que le pega en la imagen al lopezobradorismo, cuya única bandera real, la que lo mantuvo a flote en los años de construcción de su movimiento, fue la del combate a la corrupción, en particular la del sexenio de la fallida restauración priista del gobierno de Enrique Peña Nieto, periodo en el que la voracidad de la clase política llegó a extremos tan insoportables que provocaron, en gran medida, el resquebrajamiento del sistema y la decisión ciudadana de optar mayoritariamente por lo que se publicitaba como un cambio de paradigmas y prácticas.
Fue precisamente eso lo que sacó de balance al actual régimen: verse igualado en malas mañas a los políticos del PRI y el PAN, precisamente en el momento en el que el gobierno de la “4t” atizaba la hoguera mediática en su contra usando exactamente la misma estrategia: videos filtrados a los medios y a las redes en los que operadores del priismo y el panismo se repartían bolsas llenas de billetes, así como acusaciones y linchamientos públicos a partir de las declaraciones –sin pruebas- de un criminal confeso como Emilio Lozoya a cambio de brindarle impunidad.
Pero irónicamente, el hecho de conocer las corruptelas y cohechos entre panistas y priistas no es algo que sorprendiese a nadie. En cambio, constatar abiertamente las prácticas ilegales de un integrante del primer círculo del presidente -como lo es su hermano- destruyó el discurso de la integridad y la pureza cuasi angélica de un movimiento construido alrededor de un personaje que se asume como el eje moral de la nación. O al menos eso les ha hecho creer a sus seguidores.
No es que nadie supiera antes de las trastadas e ilegalidades en que incurre el lopezobradorismo gobernante. Desde la asignación directa de la gran mayoría de los más jugosos contratos de obra para empresas vinculadas al régimen, pasando por el sistemático quebrantamiento del orden jurídico al ignorar y desacatar sentencias judiciales, hasta la puesta en marcha de las más cínicas maniobras para imponer la voluntad presidencial en los poderes Legislativo y Judicial, el supuesto combate a la corrupción - para cualquiera que quisiera verlo- no ha sido más que un discurso de una campaña política interminable que le ha costado muchísimo más que dinero al país.
Solo que ahora quedó exhibido en todo su esplendor el mito de la honestidad y la “superioridad moral” de quienes, básicamente, son tan corruptos como cualquier otro.
Tiempos canallas
Después de quebrar Interjet, el junior Miguel Alemán Magnani se estrenó este martes como golpeador al tomar por la fuerza las instalaciones de W Radio apoyado por su socio Carlos Cabal Peniche, aquel empresario que fue a dar a la cárcel en el sexenio de Ernesto Zedillo por su implicación en el fraude que desembocó en el Fobaproa y que regresa por sus fueros con la “cuarta transformación”.
¿La razón? Que como nuevos accionistas capitalistas no llegaron a un acuerdo con la empresa Prisa, que tiene –o tenía- el control de los contenidos editoriales. ¡Y qué mejor para dirimir diferencias que tomar por asalto la emisora, con la complacencia gubernamental!
Muy pronto se harán evidentes los cambios en la línea editorial de la radiodifusora. Corren tiempos canallas para la libertad de pensamiento y expresión en México.
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